Néstor Rivero Pérez

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Quienes cultivan la memoria histórica y artística del país, siempre se conduelen cuando una de sus producciones recibe el impacto de la descalificación de aquellas personas que por carecer de sensibilidad ante fenómenos como la acústica, las tablas o la plástica, pasan frente a la obra con indiferencia o marcada animadversión. Y ello no solamente ha sucedido en la Venezuela Bolivariana que cubre con murales de historia y revolución numerosos paredones de sus ciudades, sino en otras latitudes.

Se sabe que en el México en el cual José de Vasconcelos impulsó como ministro de Instrucción Pública  la gesta de autoctonía plasmada por Diego Rivera, Clemente Orozco y otros, en avenidas y edificios de la capital azteca, queda hoy muy poco, acaso algunos murales resguardados al interior de algunas edificaciones del Estado. Y sin embargo, durante décadas dichos murales abiertos al transeúnte de vías públicas fueron objeto de mantenimiento y restauración, por cuanto las autoridades consideraban la función pedagógica y estética que reflejaban las multitudes de indígenas y campesinos en cuya cabeza un cesto repleto de artesanías o frutas nativas alentaba la conciencia de identidad del mexicano.

Y hoy en Venezuela, con las diferencias del caso, el Estado Bolivariano alienta el aprovechamiento de grandes paredes a la intemperie en Caracas y otras urbes, para que grupos de muralistas tracen la figura y el colorido de escenas patrias y el rostro de cuadros revolucionarios cuyo empeño sustentó la conciencia de rebeldía independentista y de patria. José Leonardo Chirino, Pedro Camejo, el cacique Guaicaipuro y el Libertador Simón Bolívar, al lado de héroes antiimperialistas del siglo XX, como Ernesto Guevara (el “Che”), Argimiro Gabaldón y Marisol Valera, entre otros, se ven reivindicados por grupos de pintores como la brigada muralista que dirige el profesor Julvio del Millar.

Y sin embargo, dos monumentales obras de estos creadores han sido inutilizadas precisamente por organismos públicos que borran el ícono de rebelión patria para solaparlo con otros emblemas. Tal ha sucedido con un mural de la Plaza Tres Gracias y uno en la Cota 905 de la zona El Cementerio.

Llamamos a las autoridades con competencia en la celebración bicentenaria de Carabobo y ornato de nuestras ciudades, a que se instruya a su personal acerca de que la imagen de revolucionarios caídos ayer y hoy, rescatados mediante el muralismo, merece tanto reconocimiento como el emblema de cualquier despacho oficial.

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