Perucho Conde, más allá del humor: Padre consejero, amigo del pueblo y viajero

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Mantuvo amistad con Alí primera, a quien admiraba «por la importancia de su voz», refiere su hijo, Fabricio Conde. Fotos Redes digitales.

VEA / Yonaski Moreno

Perucho Conde encontraba un chiste en cada aspecto de la vida cotidiana. No era el comediante que buscaba la risa o la forzaba, lo suyo era un talento natural que le permitía responder con ingenio, haciendo reír a quienes estaban alrededor. Aunque su sentido del humor y gran talento era público y muy reconocido, guardó para él y su familia algunas otras de sus pasiones. La ortografía, la lectura, la música y los viajes, entre ellas.

Pedro Alberto Martínez Conde fue el nombre que le dio su madre, Matilde Conde, pero para la familia siempre fue Perucho, en honor a su abuelo. Lucía una caligrafía excelente y una ortografía impecable. Siempre fue estricto con eso y con la oratoria, pues, «… no le gustaba que uno hablara mal», rememoró su hijo, Fabricio Martínez, en conversación con Diario VEA. Dejando escapar la risa, recordó: «…cuando decías o escribías algo mal, mi papá te daba un lepe».

Aunque su trabajo lo mantenía mucho tiempo fuera de casa, compartía con los suyos en cada oportunidad disponible. Revisaba las tareas escolares de sus hijos y los corregía. Eso sí, fue bastante exigente y no faltó uno que otro regaño ante las bajas calificaciones. «Fue un padre estricto, sí, exigente, pero fue un padre cariñoso», relató Fabricio.

Aquellos fines de semana en que su padre no se encontraba haciendo presentaciones a lo largo y ancho de Venezuela, se despertaba temprano y preguntaba a sus hijos: «¿Qué quieren hacer hoy?, ¿quieren ir al cine?, ¿quieren hacer un recorrido por la ciudad?», y ese recorrido consistía en visitar los museos, mientras explicaba lo que se veía en las exposiciones.

Fabricio y Perucho Conde. Foto redes digitales.

«Mi papá fue el que me enseñó a montar bicicleta, patineta, hasta a hacerle el nudo a la corbata, y por supuesto la escritura. Todo el tiempo estaba escribiendo cosas. Si no era un artículo, eran sus sketchs de televisión, poesía, parodia, cualquier cosa», comentó Martínez, mientras avanzaba la conversa telefónica con esta redactora.

Al hablar sobre Perucho, las palabras aparecen en ráfagas, como los recuerdos en su mente. En varias ocasiones Fabricio se disculpa por «desviarme del tema», porque repasar la vida que compartió con su padre lo emociona sobremanera. Retoma el hilo del cuento, y revela algo más del humorista, que el pasado 4 de noviembre cambió de paisaje: era un ávido lector. Desde el periódico, todas las mañanas, hasta novelas de ficción. Devoraba textos y luego compartía lo aprendido con ellos. Entre sus escritores favoritos estaban Irving Wallace y Stephen King, y entre sus libros predilectos figura uno de Alexis Márquez Rodríguez, titulado Con la lengua.

«Recuerdo que uno de los libros que más le gustó y compartió conmigo, fue uno de un profesor llamado Alexis Márquez Rodríguez, que cayó en sus manos a principios de siglo, año 2000, y cuando lo estaba leyendo me buscaba y me decía: ‘mira este refrán, mira esta referencia que hacen aquí’. Para él eran cosas que le apasionaban, porque le mostraban cómo ha cambiado el lenguaje y la comunicación a lo largo de los años, eso siempre lo comentaba con nosotros», relató Fabricio.

La música, el pueblo y Alí Primera

Con sus personajes Don Goyo Repollo y el Serrucho de Perucho, el humorista tenía la finalidad de acercarse al venezolano de a pie, identificarse con el pueblo. La denuncia siempre formó parte de los espacios que en radio y televisión le abrieron las puertas. «Eso siempre me llamó la atención y lo respeté y admiré mucho, y lo admiro hoy por hoy, a pesar de que mi papá ya no esté con nosotros. Él tuvo una gran sensibilidad social», señaló Martínez.

Trasladándose una vez más a su niñez, relató que cada vez que paseaban junto a su padre, veían cómo un montón de gente lo reconocía y se acercaba a saludarlo con mucho cariño, «sobre todo la gente de los sectores populares lo sentían muy cercano».

Él también se sentía cercano a ellos, tanto así que, aunque con su carrera logró alcanzar la fama y acumular cierto capital, nunca se olvidó de los sectores más populares «… y no porque los visitara únicamente, sino que mi papá, buena parte de su vida la vivió en un barrio de Cotiza, en la parroquia San José, llamado El Retiro».

Esa cercanía con el pueblo, también lo acercó al cantor del pueblo, Alí Primera, a quien admiraba profusamente y con quien mantuvo amistad. «Alí Primera era uno de los artistas venezolanos favoritos de mi papá. Fue su amigo. Cuando mi papá estuvo en Radio Continente y luego en YVKE Mundial, Alí Primera cada vez que tenía un evento siempre iba para la radio. Eran muy amigos (…) Cuando Alí falleció, a mi papá le dolió mucho, porque sabía lo valioso que era –y sigue siendo– la voz de Alí Primera», resaltó el hijo de Perucho.

En la música le gustaba la variedad. «Mi papá tenía un estilo musical ecléctico», refirió Fabricio. En su recuerdo se pinta con claridad el reproductor de cassette en el carro, así como una gran cantidad de estas cintas. Le gustaba la música llanera, con predilección por Eneas Perdomo, Cristóbal Jiménez y Luis Silva. También escuchaba música clásica y música en inglés, con la colección de The Beatles, The Rolling Stones y la música disco. Ismael Rivera, Willy Colón, Héctor Lavoe y Fania All-Stars, también se escuchó en su casa en Parque Central, Caracas, en la que crecieron sus hijos.

Los trabajos que no duraron

En la década de los ’50, Perucho Conde prestó servicio en la Armada venezolana y estuvo cerca de dos (2) años en el extranjero, donde aprendió a hablar inglés. Cuando regresó a Venezuela, se desempeñó como profesor en ese idioma.

Antes de alcanzar la fama, probó suerte en varios oficios. Fue chofer de carrito por puesto y de camiones, vendedor de zapatos, y en la esquina de Padre Sierra «… hace todos los años del mundo», trabajó como fiscal, anunciando en la parada de autobús el destino de las camioneticas.

«No duraba en esos trabajos porque no le gustaban, hasta que finalmente llegó a la farándula y ahí sí estuvo más de 40 años», resaltó Martínez.

Criollito, pues

Perucho era criollito, aseguró Fabricio. Era amante del juego de dominó y hasta de las bolas criollas. Por un corto período jugó caballos, aunque solo por compartir con sus amigos.

También amaba viajar por el país. Montaba a sus hijos en el carro e iba manejando de estado en estado, aunque para la época «el camino era culebrero».

«Programábamos viajes para la playa, para los llanos. Le encantaba manejar, llevarnos por ahí», señaló.

Grandes lecciones

Su hijo recuerda con especial cariño muchas de las lecciones y consejos que a lo largo de su vida compartió Perucho. Una lección que jamás olvida, y que asegura le ha servido en el ámbito laboral reza: «Para ascender no tienes que pisar ni pasar por encima de nadie».

Perucho Conde explicaba a sus hijos que cuando hay capacidad, talento y claridad «no tienes que estar perjudicando a nadie para crecer y prosperar».

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