Clodovaldo Hernández

@clodoher

En mi opinión (*) cualquier alto funcionario del Poder Público o líder revolucionario que quiera comenzar con buen pie una acusación contra alguien como Rafael Ramírez, debería hacerlo dejando sentado que él o ella creyeron, hasta determinado momento, no solo que ese señor era inocente, sino también que era un dirigente fundamental del proceso. Quien haga ese mea culpa previo, fortalecerá su denuncia. Quien no lo haga, la debilitará.
El presidente Nicolás Maduro ha hecho su acto de contrición. En una entrevista con varios periodistas, hace ya algún tiempo, admitió que fue un error haber bloqueado la investigación que la oposición planteó en la Asamblea  Nacional y aceptó que actuaron movidos por eso que llaman solidaridad automática. Ahora, cuando se ha consolidado la denuncia, es imprescindible –en mi opinión*– reiterar ese “yo pecador”, por si acaso alguien no se ha enterado del primero.
Claro que hacer lo que recomiendo en esta modesta opinión* tiene un costo político. Por ejemplo, que la gente crea que la persona que haga tal declaración es “cogida a lazo”, como decía mi profesor Israel Esquetine León, allá en el liceo Felipe Fermín Paúl, en Antímano. Y es lógico que puedan creer eso, porque si un tipo se roba unos pocos millones de bolívares puede que nadie se dé cuenta, pero «hay que verle la cara» (esta, por su parte, era una expresión muy de mi mamá) a lo que significa apropiarse de más de 4 mil millones de dólares y pasar inadvertido. Un auténtico artista del robo o alguien rodeado de lelos.
Bueno, al admitir la cogida a lazo, el denunciante quedará mal parado, según cierta manera tradicional de enfocar la política. Pero, desde otro ángulo, resultará reivindicado porque ¡vaya que se requiere valentía para admitir algo así! Hay que recordar que el Comandante Chávez fraguó su carrera política con una admisión de culpa, aquel 4 de febrero.

Además, el que haga como el presidente Maduro podrá alegar su propia buena fe, decir que fue engatusado por el hábil ladrón, y no que miró para otro lado ni mucho menos fue cómplice. Por supuesto que mucha gente no le creerá, como  tampoco le creyó una parte del país a aquel otro presidente, Jaime Lusinchi, quien firmó el que supuestamente había sido el mejor refinanciamiento de deuda externa de la historia mundial, y luego se excusó diciendo «la banca me engañó». Pero me parece a mí (es mi opinión*) que quien no pronuncie ese “¡mala mía!”, queda peor ante los ojos del colectivo.
Al admitir –tal como ya lo hizo el presidente Maduro– que el señor Dojo-Dojito les echó tierrita en los ojos, los denunciantes podrían dar una explicación racional acerca de por cuál razón cuando finalmente sacaron a Ramírez de Pdvsa, del Ministerio de Petróleo y de una de las vicepresidencias sectoriales, no lo enviaron a Siberia (como habría hecho José Stalin), sino que lo premiaron con la embajada de Venezuela ante la Organización de las Naciones Unidas, con oficina en Nueva York y contacto directo con toda la gringada. ¡Qué peligro!
Porque hay que decir que los hechos son los hechos y en este caso, el acusado no se fue a toda prisa del país con maletas llenas de dólares en una Vaca Sagrada, como aquel dictador Pérez Jiménez, sino que fue enviado a representar al país en el ombligo del imperio y del sistema internacional.
Declararse víctimas de una impostura de Ramírez podría también justificar el hecho incontrovertible de que lo defendieron hasta bien entrado el año 2016, llegando al extremo de afirmar que el hombre era víctima de una campaña de desprestigio. 
Otros, al alegar que Ramírez les hizo caer por inocentes, pueden explicar los tuits laudatorios que en su momento emitieron sobre el personaje que, por cierto, supuestamente encarnaba la línea dura ideológica del gobierno, la verdadera izquierda del proceso…  y terminó viviendo en un palacete en Italia y legitimando las “sanciones” de Estados Unidos contra sus excompañeros de partido y de gabinete.
Y mire usted que para  no quedar tan mal, los que incurrieron en estas conductas cuentan con la madre de todas las excusas: La confianza que tenía en Ramírez nada menos que el Comandante Chávez. De hecho, es el argumento que usan en conversaciones privadas. Te dicen: «¿Y cómo querías tú que uno desconfiara de él, si Chávez lo avalaba?».
Esa consideración es casi irrefutable. Según mi segunda politóloga favorita, Eva Ritz Marcano, cuando vino de Cuba prácticamente a despedirse y a dejar claras sus instrucciones para la sucesión (diciembre de 2012), en lugar de haber dicho Nicolás Maduro, Chávez pudo haber ungido a Rafael Ramírez, porque este era un jugador de máximo nivel en la primera división de esa liga. Eva, por cierto, sostiene (especulando de lo lindo, claro, porque de eso no tiene constancia alguna) que Chávez no se habría pronunciado nunca por él, entre otras razones, por la falta de carisma del personaje en cuestión, algo imprescindible en un candidato. Bueno, ella en verdad lo dijo de un modo coloquial: «El tipo es más pesado que un collar de bolas criollas». Yo, que lo entrevisté una vez para Correo del Orinoco, lo certifico.
(Chávez se equivocó mucho con  las personas  a las que dio su máxima confianza. Piénsese, por ejemplo, en Luis Miquilena, Jesús Urdaneta y la pandilla de generales preñados de buenas intenciones; o en algunos que se le voltearon y luego él los perdonó, como Francisco Arias Cárdenas y Hermann Escarrá. Pero ese es otro tema y muy espinoso, dicho sea de paso).

En todo caso, quienes creemos que la corrupción es la gran amenaza del proceso revolucionario (la que puede destruirlo desde adentro), no podemos sino aprobar el que se haya presentado la denuncia contra Ramírez y sus compinches, porque en estos asuntos la tardanza es mala, pero más vale tarde que nunca.

Sin embargo, junto a los aplausos, es inevitable acotar que cuando se deja pasar demasiado tiempo para iniciar una investigación sobre un asunto tan grueso, surgen preguntas difíciles de contestar, resumibles en una: ¿Por qué ahora? Y al tratar de responder esta macrointerrogante  aparecen hipótesis que hacen mucho daño, no solo al denunciado, sino también al denunciante y al sistema del que ambos forman o formaron parte.

Hay que hacer estas acotaciones porque algunos de los voceros de este tipo de denuncias  pretenden que todo sujeto revolucionario salga a dar apoyo a la acusación atrasada y se abstenga de hacer preguntas sobre dicha demora. Por acá no podemos complacerlos porque el dato de la línea de tiempo es fundamental. Seguiremos preguntando.

(*) Es redundante comenzar un artículo de opinión con el sintagma «en mi opinión» y reiterar varias veces que de eso se trata, pues la gente sabe que un artículo contiene el punto de vista individual de su autor, es decir, que no pretende ser periodismo objetivo, sino un texto por completo subjetivo.

Es redundante, pero es necesario hacerlo para que quede claro. Y es una repuesta anticipada, tal vez, porque en estos temas opera un mecanismo perverso: Se quiere hacer ver que si no respaldas incondicionalmente la denuncia es porque estás a favor del denunciado o, peor todavía, porque esa persona te ha sobornado. Es un chantaje por donde se le vea, pero uno tiene derecho a eludir esas manipulaciones tan ramplonas. Lo que se necesita acá es debate, no música coral ni más solidaridad automática. Ya lo dijo el Presidente, por si acaso.







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