Carlos Batatin

@aquilecastro

En una noche cualquiera, llena de travesuras y   floreada de insomnio,  decidí  acercarme a la biblioteca y leer algo para llamar la   atención de Morfeo. Todo fui inútil, porque aun estando cerrada la ventana, el sol me sorprendió al entrar sin el más mínimo murmullo.

No me quedó otra opción que dedicarme a la ociosidad de revisar las redes sociales. Lamento haberlo hecho.

Aunque no había dormido ni lo equivalente a un grano de sal o de azúcar me despertó en forma desesperada lo primero que leí en un mensaje vía Whatsapp. “Encuentran cuerpo sin vida un niño sin algunos de sus órganos vitales. El cadáver fue localizado cerca  de una escuela  en el estado La Guiara. También fueron halladas algunas bolsas plástica de color negro”.

Pensé en el sufrimiento y la angustia de ese menor tras haber sido víctima de ese  lamentable y despreciable hecho, incluyendo a la familia.  Seguí hurgando notas de prensa o algún otro indicio que explicara los pormenores y comprobar la veracidad de tal hecho. Fue algo así como pretender nadar sin brazos.

Tras varios intentos se me ocurrió consultar a la persona que envió el mensaje de la muerte del infante. ¡Sorpresa!.Con voz relajada y sin la preocupación del caso me dijo: Ese mensaje me lo enviaron y por si acaso lo reenvié para que la gente esté alerta. Me imagino que no es verdad pero más vale prevenir que lamentar”.

Me atreví a insistir sobre el  origen  de la fatal noticia  y nuevamente con voz relajada y sin la preocupación y, ya con tono poco amigable, repitió: No es mi culpa si es verdad o es un mero rumor. Yo cumplí con reenviarlo”.

Enseguida le di las gracias por mantenernos desinformados. Desde ese entonces me aplicó lo que saben hacer muy bien el gobierno  estadounidense. Me bloqueó.

La curiosidad o preocupación me hizo revisar cada uno de los mensajes de la fulana plataforma. Creo que fui víctima o era perseguido por esa  información referida a la muerte del infante. Me llegó el mismo mensaje de personas que viven en Ciudad Bolívar, La Asunción, Maracay, Zulia y Anzoátegui.  Lo más curioso, un buen amigo que se fue huyendo de la “dictadura”,  también me la hizo llegar por si acaso desde Argentina.

No di pie con bola en mis aspiraciones  de conocer la verdad. Para mi mayor desdicha también había recibido diversos audios de hasta tres minutos, mediante los cuales, en 180 segundos, madres desesperadas narraban como tres sujetos a bordo de una camioneta Homer de color negro brillante se llevaban a sus herederos.

Con llanto y gemidos relataban su tragedia y alertaban a la comunidad para que nadie dejara solo a los consentidos de la casa. Exhortaban a no dejarlos asomar ni siquiera a puertas o ventanas y nada de hacer mandados a la bodega o de sacar al perro a pasear.

El rumor que se convirtió en un mensaje “reenviado muchas veces” sobre secuestro de niños y tráfico de órganos y fue desmentido por el  Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas.

Sobre este caso el propio director del Cicpc, Douglas Rico, certificó que “en nuestras las oficinas no hemos recibido alguna denuncia de familiares o representantes sobre los hechos difundidos a través de la mensajería”. También recomendó “a todos los usuarios de estas redes digitales que no se hagan eco de noticias falsas que buscan alterar la paz y tranquilidad ciudadana”.

Otro que se refirió a esta misma angustia fue el director de Seguridad Ciudadana del municipio Baruta, Manuel Tangir, quien al ser consultado en una emisora de radio negó que se hayan producido secuestros de niños en esa localidad.

En esa oportunidad dejó claro  que “no hay denuncia formal al respecto”. Llamó a la ciudadanía a no difundir rumores o noticias falsas relacionadas con este tema, porque de acuerdo con su experiencia, “pareciera que fuese un plan de zozobra dentro de la sociedad”.

Ahora bien o mal. ¿De quién depende que tales rumores tomen fuerza y se conviertan en un mensaje “reenviado muchas veces”.

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