Néstor Rivero Pérez

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El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo que desde la Batalla de Petrogrado de 1943, venía venciendo al Ejército del Tercer Reich alemán, liberaron el Campo de Concentración y Exterminio de Auzchwitz, auténtica máquina de la muerte instalada por el régimen de Adolfo Hitler. En Auzchwitz se recluía mano de obra esclava de origen judío, gitano, o de nacionalidad polaca, húngara y de otras naciones ocupadas por la bestia parda y su sistema totalitario.

El infierno de Dante

Ya en suelo germano, los soldados del general Zhukov, que habían expulsado a las tropas nazis del territorio soviético y liberado Polonia, hacían retroceder a las fuerzas de Hitler, obligándolas a cerrar su círculo en torno a Berlín, capital del III Reich y asiento del bunker dentro del cual operaba el delirante Fuhrer. El sufrimiento que se hacía padecer en Autzwich, llevado a inimaginables extremos, solo podía compararse con las escenas del perpetuo dolor que pinta el Dante en los ocho escalones del infierno de La Divina Comedia.

7 mil liberados

Así, al echar de Auzchwitz a las fuerzas nazis, los hombres de Zhukov, quienes ya habían presenciado escenas conmovedoras en medio de los combates contra los alemanes desde 1943, no pudieron menos que estremecerse al contemplar verdaderos esqueletos vivientes, seres impedidos de poder movilizarse por sí mismos, muchos a punto de fallecer de no ser socorridos de manera inmediata. De este modo, la llegada de los soviéticos, permitió la liberación de siete mil condenados, muchos de los cuales se hallaban a punto de perecer por inanición, frío y enfermedades, o de ser trasladados por los nazis a las cámaras de gas de dicho centro de presidio, sistema de exterminio que ya había sido aplicado a cuatro millones de prisioneros desde la apertura de Auzchwitch en 1942. Otros campos, como Treblinka, reiteraban la decisión sistemática y programada de los nazis, de eliminar físicamente a grupos humanos con fenotipo distinto al ario, autoerigido este como “Raza Superior”, por Adolfo Hitkler.

 

Israel hoy, ¿rasgos neonazis?

Al evocar y reivindicar la solidaridad con el pueblo judío radicado en la Europa que padeció el régimen del Tercer Reich jefaturado por Adolfo Hitler entre 1933 y 1945 y que tuvo en la población de credo hebraico una de sus principales víctimas colectivas, cabe preguntarse las motivaciones profundas de los actos de despojo y expansión que los grupos ultrasionistas del Estado de Israel hoy llevan adelante en contra de la población de la Palestina histórica. Algunas crónicas sobre el gobierno de Israel indican que en una ocasión la expremier Golda Meir, aludiendo al genocidio cometido contra los judíos europeos por la Alemania nazi,  habría dicho: “A nosotros, con lo que nos hicieron los nazis, todo nos está permitido”. En todo caso, de haber expresado tan crueles señalamientos, la permisividad de que hacen hoy gala funcionarios y cuerpos de seguridad israelíes en operativos policiales y bombardeos contra los palestinos radicados en Gaza y Cisjordania, en muy poco se diferencia del desprecio a la condición humana manifestado por los alemanes en el campo de concentración de Auzchwitz.

La «cuestión judía»

“Cuando los nazis llegaron al poder en Alemania en 1933, no tenían un plan para asesinar a los judíos de Europa. Consideraban que los judíos de Alemania eran un problema. Una de las principales preguntas que se hacían los nazis era cómo deshacerse de la población judía de Alemania. Solían referirse a esto como el “problema judío”. El asesinato masivo no fue la primera solución (…) los nazis experimentaron con diversas políticas. Por ejemplo, durante la década de 1930 trataron de obligar a los judíos a emigrar. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945) cambió la perspectiva (…) por medio de la implementación de políticas que llevaron a la inanición, a las enfermedades, a actos aleatorios de terrorismo, a fusilamientos masivos y a la muerte por gaseo» [https://encyclopedia.ushmm.org].

Sinóptico

1950

Henry Pittier y la botánica moderna

Este día murió en Caracas Henry Pittier, el eminente botánico en la Venezuela del siglo XX. Sus contribuciones en el conocimiento y utilidad de las especies del reservorio vegetal venezolano, le colocan como gran benefactor del país, a la altura de José Francisco Torrealba, el gran innovador en la investigación del chipo. Entre sus publicaciones se encuentran: Manual de las plantas usuales de Venezuela, Estudio de los productos forestales en Venezuela y Manual de agricultura tropical. Más de 500 especies vegetales honran con su epónimo. Pueblos muy adelantados en la remota antigüedad, como los chinos y sumerios, contaron con expertos abocados a sistematizar “las ideas y obras relacionadas con la descripción, funcionamiento, distribución y relaciones de los organismos pertenecientes al reino de las plantas”. Entre los discípulos de Pittier destacan Francisco Tamayo y Tobías Lasser.

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