Néstor Rivero Pérez

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El 20 de noviembre de 1925 se celebró en Ginebra la Conferencia Mundial sobre Bienestar Infantil, en la cual se aprobó celebrar el Día Internacional del Niño. Y si bien en varios países dicha efemérides se celebra en días distintos del año, la fecha inicial ha sido reivindicada por entidades internacionales mediante la aprobación en 1959 de la Declaración de los Derechos del Niño por la Asamblea General de la ONU y en 1989 la Convención sobre los Derechos del Niño.

 

Crecimiento económico y estancamiento convivencial

Y la lectura crítica de esta fecha demanda que se examine el significado del desarrollo para las sociedades occidentales, las que impusieron su impronta civilizatoria al resto del mundo a partir de la Revolución Industrial. De este modo se devela la dramática paradoja civilizatoria contemporánea de acuerdo a la cual en tanto la mayoría de los países acelera sus empeños en la construcción  de bienestar y confort, obtienen escaso avance en las relaciones de poder en el hogar, donde se impone un trato patriarcal de tinte despótico o de desatención, del que en muchas ocasiones se hace víctima a los niños. Y ello habrá de reflejarse en el modelo de ciudadanía y convivencia social que se aplique en hogares y escuelas.

 

Plástica y discriminación

Ha sido en los últimos años cuando niños y niñas han penetrado con amplio margen de protagonismo los lienzos y otras manifestaciones de las artes. Y ello es indicativo del prejuicio en contra de un sujeto al que desde la Antigüedad se le negó la condición de persona.

En Roma, al igual que sucedía con la mujer y el esclavo, el pater familia poseía la pater potestas o derecho de vida y muerte sobre el infante. Así, durante siglos, pocas veces se pintó a niños y niñas “en el exterior de su hogar; y, cuando sucede, no están -las niñas- solas sino en compañía de adultos… recogiendo flores o leña, mercando o lavando la ropa (…) Es hasta el siglo XIX que aparecen retratos de escuelas femeninas y mujeres enseñando en el aula” [https://www.javeriana.edu.co]

 

Democracia, niñez y patriarcado

En sociedades democráticas de economía avanzada y cuyos antecedentes atienden a estructuras patriarcales, aún se mantienen los atavismos de la dominación del jefe de grupo respecto a miembros del entorno familiar en condición de dependencia económica.

Y si bien por razones de orden social y guiatura la tutela del grupo en formación corresponde a los padres, el exceso de autoridad y la pérdida de equilibrio en las relaciones entre niños y adultos definen un perfil de ciudadanía proclive a la arbitrariedad, la sumisión y la conversión del niño en una persona adulta con inclinaciones a la hostilidad y eventualmente su inserción social con perfil de individuo violento y con profundo desajuste emocional.

 

Niños víctimas y niños homicidas

Así, un contexto familiar de abuso psicológico, desigualdad y estrechez, aunado ello a una débil convicción en valores de solidaridad y cooperación, propenderá a configurar el muro de insatisfacciones que eventualmente abone la reproducción de sociedades en las cuales el aislamiento egoísta, autoritarismo doméstico y violencia en el lenguaje o actuaciones con los otros, serán signo de la nefasta herencia emocional del patriarcalismo.

En sociedades como la estadounidense, la gran superpotencia económica y tecnológica mundial de los últimos cien años, se muestra de forma recurrente desgarraduras internas, como la de niños que ingresan con armas a sus escuelas para accionarlas y segar la vida de condiscípulos y maestros.

La Convención

“Los Estados Partes adoptarán todas las medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o cualquier otra persona que lo tenga a su cargo” [Convención de Derechos del Niño, 20-11-1989 / https://www.acnur.org].

Sinóptico

1817

Octava estrella de la bandera

Este día el Libertador Simón Bolívar, en su carácter de jefe supremo de la República, dictó el decreto mediante el cual se incorpora una octava estrella al tricolor patrio en reconocimiento a la liberación de la provincia de Guayana.

El diseño de la bandera tricolor de Francisco de Miranda, aprobado el 14 de julio de 1811 por el Congreso de Venezuela, carecía de estrella. El Congresillo de Cariaco de 1817 consagró que se incorporasen “las 7 estrellas a la bandera nacional”, como reconocimiento al número de las provincias que habían dado el trascendental paso de proclamar la independencia el 5 de julio de 1811.

Tras asegurarse la completa expulsión de las autoridades españolas de Angostura, el Libertador procede a decretar la inclusión de la octava estrella “como emblema de la provincia de Guayana”.

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