Alberto Vargas

La aberración del unilateralismo es una práctica criminal que aplican los regímenes imperialistas conjuntamente con sus sucedáneos, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial, entre otras instituciones por su mismo estilo.

De ahí que el unilateralismo sea una práctica generalizada en el sistema internacional, asociada al ejercicio de la política exterior de un Estado que impone su voluntad e intereses a contrapelo de otros, y subestima, ignora e incluso viola reglas o normas jurídicas establecidas en ese sistema, afectando consensos y tratados fijados por la comunidad internacional, cuyo árbitro es la inoperante Organización de Naciones Unidas (ONU), que ni tan siquiera ha podido contener el bloqueo estadounidense contra el pueblo de Cuba, después de más de 60 años.

El unilateralismo atenta contra la soberanía y la integridad territorial de otros Estados. Es una acción que se apoya en las capacidades de un país, apelando a argumentaciones relacionadas con los intereses propios.

El unilateralismo es una expresión de poder político, una de las herramientas del sistema de dominación imperialista, que se propaga y profundiza en el siglo xx, con particular acento luego de la Segunda Guerra Mundial. Presupone el uso de la fuerza, en alguna de sus dimensiones, no solo la militar, que caracteriza al quehacer actual de los Estados que representan al imperialismo contemporáneo, cuyas proyecciones geopolíticas conllevan, por definición, la ampliación de sus posicionamientos territoriales y financieros, a través de actos intervencionistas directos e indirectos, burdos y sutiles, abiertos o encubiertos, que garanticen su control y dominio, con la anuencia de regímenes subordinados a las políticas imperialistas.

Quién mejor ha tipificado esa irracional política de dominio es el imperialismo norteamericano. Sin embargo, dadas las particularidades históricas del desarrollo capitalista en Estados Unidos (EE. UU.), desde la etapa colonial inicial, la Revolución de Independencia y la formación de la nación, la conducta unilateral aparece desde temprano en su proceso de expansión continental, como rasgo de la proyección geopolítica que antecede a la configuración del imperialismo en ese país.

El despojo de los territorios de la población india, nativa, originaria, y de México, como parte del corrimiento de la frontera hacia el Oeste y el Sur, y la ulterior prolongación hacia Centroamérica y el Caribe, son las primeras manifestaciones de ello.

El unilateralismo es un corolario ideológico, con implicaciones prácticas, de las codificaciones culturales fijadas por los valores y mitos de tradiciones fundacionales que nutren la política exterior de EE. UU. como las del Destino Manifiesto y el Excepcionalismo Norteamericano, a las que se suman las de la Doctrina Monroe, en su aplicación hacia América Latina, como vecino inmediato.

La habitual distinción entre unilateralismo y multilateralismo, no resulta muy funcional para la comprensión de la política exterior norteamericana, en la medida en que en su historia, la mayoría de las veces, no es esa antinomia la que le ha caracterizado, sino más bien una conjugación entre ambas tendencias, como tampoco lo ha sido la contraposición entre el aislacionismo y el internacionalismo, como conductas polarizadas en la conducta mundial de EE. UU.

En la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 de EE. UU. se identifican cuatro pilares, definidos a partir de los ejes ideológicos que nutren las visiones internacionales de Estados Unidos: Proteger la patria, promover la prosperidad de la nación, preservar la paz con el empleo de la fuerza, e impulsar la influencia estadounidense. El documento afirma que el país se enfrenta a unos “poderes revisionistas” que intentan poner al mundo en conflicto con los valores estadounidenses, entre los que identifica a China y su papel en el Mar del Sur de China, y a Rusia, mencionando el caso de Ucrania.

EE.UU. ha ido ubicando a países como la República Islámica de Irán y la República Popular Democrática de Corea, como países vinculados al terrorismo, igualmente, a la República de Cuba y a la República Bolivariana de Venezuela como Estados comunistas o socialistas sobre los cuales también EE. UU. debería presionar para modificar sus gobiernos. Según la opinión de muchos analistas, es en esencia un regreso al discurso del período más tensional de la Guerra Fría.

En resumen, la política exterior norteamericana evidencia en la actualidad más continuidades que cambios, a pesar de que en ocasiones las apariencias de determinada retórica demagógica, de declaraciones grandilocuentes, pomposas o espectaculares, parezcan indicar antinomias entre liberales y conservadores, rupturas o cambios esenciales entre demócratas y republicanos o entre liderazgos personales. En el fondo opera la razón de Estado, la lógica del imperialismo.

Hay un punto de inflexión que se ubica con el golpe de Estado de nuevo rostro, el 28 de junio de 2009, en Honduras, a partir del cual se desarrollaron, refinaron y aplicaron los métodos subversivos de carácter judicial, legislativo, mediático, junto a los tradicionales de guerra económica, cultural, psicológica, presión diplomática y militar.

Insistimos sobre esto, a manera de ejemplo, los casos de Nicaragua, Irán, Palestina, Venezuela, incluyendo hoy el caso de Pedro Castillo, en Perú, entre otros gobiernos de corte socialistas, democráticos, protagónicos y participativos.

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