97 años después, dice J. R. Izquierdo: “No pierdas tu yo interior”

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Militante del MIR en los tiempos duros de la izquierda en el país y en el continente, compartía sus responsabilidades de militante y de periodista, formado en el diario La Religión que presidía Monseñor Pellín. Fotos RRO.

Rafael Rodríguez Olmos

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En 1958, los niños pregoneros, es decir quienes vendían periódicos, hacen una huelga porque entonces Últimas Noticias y El Mundo, no le quieren aumentar medio centavo más por cada ejemplar vendido.
En 1960, 163 mil niños estaban abandonados en el país, entre 0 y 17 años, sumados a la delincuencia infantil.
J. R. Izquierdo (creo que incluso él no recuerda que se llama José Raimundo), no se detiene en su afán de evidenciar los tesoros que tiene acumulados en su archivo hemerográfico. Pareciera que encogió de tamaño, y su caminar se hizo lento, porque confiesa tener cuidado no se vaya a fracturar un hueso. Es lógico pensar eso cuando se tiene 97 años. Recuerda que cuando tenía 70 años, aún subía el cerro El Casupo, pero se dio cuenta de que, a esas alturas, se convertía en un peligro, por lo que dejó de hacerlo. Asombra su lucidez y su capacidad para explicar todo. Desde que lo conozco, 25 años atrás, tiene una capacidad didáctica para decir las cosas. Cuando leí su libro Cervantes y Bello, dos colosos de la lengua castellana, me pareció que estaba leyendo a Mao Zedong, quien, como buen maestro de escuela, sus textos teóricos filosóficos, eran como escritos por un maestro.

Me encantaba leer a Mao, Acerca de las contradicciones, Cinco tesis filosóficas. Reflexiones en el foro de Yenan. Así escribe J. R., autor de siete libros, entre los que destacan El Carabobo que se nos escurre de las manos, Valencia en un país sin memoria, Cervantes y Bello, colosos de la lengua castellana, entre otros; pero que además tiene cuatro más en el horno, entre ellos un título muy sugerente como Los medios: lengua y fuego del terrorismo.

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Militante del MIR en los tiempos duros de la izquierda en el país y en el continente, compartía sus responsabilidades de militante y de periodista, formado en el diario La Religión que presidía Monseñor Pellín, chavista furibundo que lo llevaba a enfrascarse con sus tres hijas en discusiones eternas, “hasta que un día les dije que estaba prohibido la política en la casa. Podíamos hablar de todo menos de política, porque entendí que iba a perder a mis hijas y yo las amo mucho. Y eso sirvió, porque tenemos una relación excelente. Viven a cinco minutos de aquí y están pendientes de mí todo el tiempo”.
No oculta su preocupación por los resultados electorales de la contienda de 2024 y está convencido de que es necesario explicarles a las nuevas generaciones cómo era el país antes de Chávez. “Nuestro poder está precisamente en los jóvenes y en los no votantes. Y esos son los que hay que conquistar y hacerles ver cómo vivíamos nosotros, cuál era el país que teníamos, porque eso es parte del programa psicológico de los gringos. Para 1970, gente brillante y estudiosa, como el doctor Luis Felipe Maza Zavala, destacaba que la sexta parte de los venezolanos viven en estado de extrema pobreza. Y que, además, medio millón de familias según el censo, no pueden ni comer, porque tienen ingresos menores a los 1.500 bolívares mensuales”.
Para la misma fecha, el diario El Nacional destacaba que el 40 % de sus habitantes era analfabeta. Como buen investigador, tiene memoria de todos los recortes de prensa y las noticias publicadas. Sabe dónde está cada cosa. Nada está traspapelado. Todo por carpetas, se le desbordan las ansias de explicar y demostrar. “En los años ’80, la empresa Protinal da una rueda de prensa con bombos y platillos, para informar que la venta de Perrarina subió. La razón era porque la gente estaba comiendo Perrarina. En 1996 más de 2 millones de jóvenes estaban fuera del sistema educativo”.
El autor de Cajón de ideas, que fue una columna que se publicó por 50 años en el diario El Carabobeño, hasta 2019, estaba referido a la civilidad de Valencia, sus problemas y cómo resolverlos; tenía muchos lectores porque con el tiempo abarcó muchos temas e ideas siempre en beneficio de la ciudad y de la gente. Cree que debe publicarse en un periódico una serie con todos estos viejos recortes de prensa, para que las nuevas generaciones de venezolanos, sepan lo que era la Venezuela anterior. Pero, además, después de que le impusieran uno de los tantos botones de la ciudad por el entonces fallecido alcalde Paco Cabrera, surge la idea de otra columna, y otra, y otra. Cuatro columnas en total escribiría J. R.
Y entre los cuatro libros que están en el horno, quiere escribir uno para sus hijas. “Hace como 20 años que estaba comenzando la revolución, estábamos celebrando el cumpleaños de mi hija mayor, y ella invita a un grupo de amigos. Y veo que están discutiendo uno a favor y otros en contra de la política. Fue cuando les dije, voy a agradecer que no me hablen de política, aquí en casa no quiero. Al rato regresé y nuevamente estaban hablando de política, y les dije: ‘Si ustedes lo que quieren es que yo me encierre en mi habitación… porque ustedes me están cansando». Los tipos se separaron y se fueron, y aproveché para decirles a mis hijas: «Ni yo les voy a hablar a ustedes de política, ni ustedes me van a hablar a mí de política, nunca». Y eso ha sido una maravilla para mí, porque no quería perder a mis hijas. Y quiero hacer un libro para ellas, coño, contarles desde que llegamos de Caracas en el año 64, huyendo para que no me mataran. Que ellas sepan que su papá ha bregado por la ciudad. Nací el 7 de enero de 1927.
-¿Dónde estudiaste?
-Ese es el mejor de los cuentos. Yo no tengo educación primaria aprobada.
-¿Cómo es eso?
-Le di una patada a un muchachito en la escuela, jugando fútbol, y me pasaron de segundo a cuarto grado. El director de la escuelita era un cura y era muy arrecho. Para evitar problemas, presento para cuarto grado y paso. Pero mi mamá era muy católica y quería que yo fuera cura, y me mete en el Seminario de Caracas. Para entonces tenía 12 años. Y en el seminario estuve solo un año, porque venía mi mamá a visitarme con mis hermanas. Y voy al confesionario y le digo al cura que cuando viene mi mamá con mis hermanas, yo beso a mi prima. A la semana ya no estaba. Me sacaron como corcho de limonada.
Pero por las notas que me dieron en el seminario, mi mamá logra inscribirme en quinto grado en una escuela. La situación económica se había agravado y como mi mamá era muy amiga de monseñor Pellín, logra que me dé trabajo en el diario La Religión. Allí comienzo a trabajar limpiando el piso y limpiando el plomo de las linotipos. Tenía que estar muy tempranito para repartir el periódico a los clientes y a los vecinos de la Catedral, donde estaba la sede. Repartía los periódicos y me iba nuevamente a la Redacción; pero llegó un momento que veía, coño, que el trabajo de linotipista lo pagaban muy bien, vale. Por eso me puse a aprender, aunque los linotipistas no me querían enseñar; pero como a las 11:00 de la noche, había uno que era amigo mío, un señor mayor que me apreciaba, y entonces me enseñó. Eran 90 teclas. Un día monseñor Pellín me llama a su oficina y me pregunta que si yo escribo a máquina, para que le ayude, porque el secretario no fue a trabajar. Yo estaba enamorado de esa vida. Repartía mis periódicos en la madrugada y regresaba; pero un día vuelve monseñor Pellín y me dice: «como ya usted entiende este monstruo, vaya a la mesa de corrección de pruebas». Esos fueron mis primeros pasos en el periodismo 80 años atrás.
-Y a final de cuentas, ¿no fuiste a la universidad?
-Claro que sí. En 1959 ingreso a la UCV, inscrito bajo el número 3024 y, en el transcurrir del tiempo, 1975, hago curso de Periodismo Científico y Educativo en el Consejo Interamericano para la Educación y la Cultura, (Ciespal), Quito, Ecuador. Pero recuerda que luego, por decreto presidencial, se crea la Escuela de Periodismo de la UCV y tienen derecho a ingresar, también, los periodistas no bachilleres, pero con no menos de diez años en el ejercicio de la profesión. Yo cumplía con ese requisito. Pero para recibir la licenciatura al final de los estudios, se requería, que previamente, debíamos haber introducido por Secretaría, la certificación y el título de bachiller. En mi caso, no era posible cumplir con este requisito por no haber hecho la primaria completa y, por supuesto, ningún año de secundaria.
En 1975, el Día del Periodista, la Asamblea Legislativa del Estado Carabobo le otorga un Diploma “en reconocimiento a su dilatada trayectoria como comunicador social que le hace acreedor al Premio “María Clemencia Camarán”, para cursar estudios de Periodismo Científico y Educativo en el Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Ciespal), Quito, Ecuador”.

Está desatado. Más bien desbocado. 97 años de historia en un hombre con semejante lucidez, es una maravilla. No se puede comprimir todo eso en un solo texto. Es tarde, nos tenemos que ir. Así que le hacemos una última pregunta al corresponsal internacional de la publicación Orbit.
-¿Qué piensas de la vida?
-Que es buena. Que debes cuidarte, no tomar pastillas. Yo no tomo nada. No aceptar el calificativo de anciano. No hay que parar. No hay que tener miedo a la libertad. Los jóvenes que busquen la manera de ser libres, en su trabajo, en sus conocimientos, en su pensamiento, pero no pierdan su yo interior.

Yo reportero
-Mi primer trabajo como reportero para La Religión y con fotógrafo a mi lado que me impactó gratamente, fue para atender y denunciar la queja de conservacionistas caraqueños por la incursión de rebaños caprinos que llevaban a pastar al pie dle monte avileño y que interesó hasta al mismo ministro de Agricultura y Cría, ingeniero Héctor Hernández Carabaño, quien se apersonó en el sitio para tener conocimiento personal del problema.

Dos anécdotas
-No puedo dejar fuera dos anécdotas imborrables marcadas en mi memoria. Primera: Cuando en mis suplencias, le copiaba sus artículos al director que los grababa en un cilindro de acetato y yo, para copiarlos a máquina, usaba unos audífonos, se dio cuenta de mis faltas ortográficas. En vez de despedirme como su asistente ocasional y como corrector de pruebas, me donó un viejo y breve diccionario, que aún conservo sobre mi escritorio, para que todos los días me aprendiera tan solo tres palabras y, cuando él lo creía conveniente, me preguntaba cuáles eran las palabras aprendidas ese día y su significado. Como era el trabajador más joven del diario, ocasionalmente me decía benjamín. En hebreo (quizás también en la Biblia), significa “el hijo de la derecha” y yo era de apellido Izquierdo y zurdo por demás. Pocos años después y por siempre, también de izquierda. En cuanto al diccionario, dejé de consultarlo hasta hace poco, a pesar de que Wikipedia me lo ofrece al segundo. El segundo caso que no olvido, ya tenía pantalones largos, usaba corbata y paltó, cuando tal formalidad no era usual para los jóvenes de entonces; fue el que una noche como a las 7:00 que esperábamos a Simón, chofer del director, en la puerta del diario para que nos llevara a nuestras casas. Al frente del periódico, estaba la Plaza Bolívar. Era jueves y ese día había retreta. Cruzando la calle, un señor grueso y alto, traje y sombrero negros, manos atrás sosteniendo un bastón, pausadamente se acerca para saludar a Monseñor. Hablan. Cuando está por irse y continuar su paseo, Monseñor me dice: Izquierdito, le presento al Presidente de la República. Era el general Isaías Medina Angarita.

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