Bolívar: Ejemplo de un revolucionario
Alberto Vargas
El Libertador Simón Bolívar vivió unas circunstancias históricas de lucha revolucionaria a principios del siglo XIX de gran fervor patriótico. Combatió invasiones y colonizaciones, en alianza con las clases más avanzadas y revolucionarias de todo el hemisferio latinoamericano.
Luchó contra la dominación española y por la independencia de América. Su acontecer como hombre revolucionario lo llevó a un claro rompimiento con las ideas dominantes de la época de la Colonia. Su incansable lucha por la liberación de los pueblos de América Latina tiene el mérito de haber sido un extraordinario luchador a carta cabal, que batalló simultáneamente con su espada y con su pluma. En el Discurso de Angostura (1819) Bolívar precisó: “Dignaos conceder a Venezuela un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga triunfar bajo el imperio de leyes inexorables la igualdad y la libertad». Por eso sostiene: «El sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política».
Sin embargo, Bolívar en su gesta independentista, al igual que el Eterno Hugo Chávez, e incluso Fidel Castro, fue víctima de varios atentados y mancillado en su honor y probidad. El último año de vida de Bolívar estuvo atravesado por las guerras intestinas de los países de América, que tanto él buscó evitar. En Bogotá, donde vivía, había resistido el intento de asesinato contra su persona de algunos sectores de la Gran Colombia y el grito de «tirano» y «dictador». Estuvo a la ofensiva, en medio de una marea conspirativa. Aunque había respetado las libertades de palabra (hoy libertad de expresión), reunión y prensa, no había podido evitar que estas se volvieran contra él, satanizándolo y criminalizándolo. Así le pasaba factura la incipiente oligarquía criolla de la época. Esta realidad abyecta contra el Libertador aún persiste; la ultraderecha se ha mantenido inmune bajo el manto de la traición. Con la diferencia de que aquel pueblo creció y hoy es invencible.