Néstor Rivero Pérez

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El 22 de marzo de 1832 falleció en Weimar, Alemania, Johan Wolfgang Goethe, cuyos arquetipos literarios le dan sitial entre los grandes autores en la historia de la literatura, emparangonándole con Homero, William Shakespeare y Miguel de Cervantes y Saavedra. Miembro de una familia de profesionales del Derecho, el joven Goethe se abrirá paso como escritor, logrando éxito temprano con sus libros.

Pacto con el diablo

El Dr Fausto personaje central de su obra, deseoso de obtener la inmortalidad y con el propósito de abarcarlo todo en conocimientos terrenales y del más allá, suscribe un pacto con Mefistófeles para perpetuar su ambición sin límite. Si bien existió un Fausto histórico en el siglo XIV, quien motiva algunos libros, será la pluma de Goethe la que dé remate a los rasgos de universalidad del arquetipo. Este mismo perfil encuentra su recreación en Rafael de Valentín, protagonista de Piel de zapa, de Honorate de Balzac; y en el Dorian Grey de Oscar Wilde, cada uno con sus meritorias peculiaridades. El afán por adquirir todo tipo de conocimiento, y que Goethe coloca en los trazos de su personaje cimero, fue rasgo del propio escritor, y en buena medida Fausto refleja su propia angustia ante lo pasajero de la existencia y el caudal de sapiencia que nunca se podrá dominar.

Saberlo todo

Todavía en tiempos de Leibnitz, hacia la primera década del siglo XVIII, podría alguien jactarse de dominar todo el saber existente en todas las ramas de su época. Sin embargo, el sacudimiento de ideas que despertó la revolución industrial, y el iluminismo, condujo a que en los días de Goethe resultase ya imposible para una sola mente dominar lenguas vivas y muertas, economía, entomología, arquitectura, física y matemáticas, astronomía, música, ingeniería y mecánica y medicina, entre otras ramas, y disertar con tino en cada tópico.

Y ese es el reto que inmortaliza a Fausto al despertar, incluso hoy, el empeño en los seres humanos de forjarse una comprensión general del conjunto de especialidades, como lo pregona el humanismo. Goethe mereció elogios de Carl Jung, y otro nada desdeñable de George Eliot, quien lo define como el “último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra”.

Conversador eximio

Goethe, quizá el más grande conversador que conoció la historia, además de novelista, abogado, hombre de teatro, políglota, geólogo, poeta, botánico, entre otras ramas del saber, cuando confrontó el hecho histórico de la Revolución Francesa, asistió a ella desde el campo de sus enemigos como secretario del duque-príncipe de Weimar. Y Goethe filosofará con el drama, desde una postura conservadora “animé a nuestro cocinero y sus servidores a que saquearan (…) el hambre no conoce ley” (www.biblioteca.org).

En todo caso, la obra del eximio literato e introductor en Europa del primer romanticismo -con Werther-, no se plantea el drama histórico a partir de reformas políticas como Rousseau y su Discurso sobre el origen de las desigualdad, o Césare Beccaría con su libro De los delitos y de las penas, sino empinando al individuo desde sus abismos íntimos, sin abandonar su intimidad. A lo sumo llega a sugerir un reino de la felicidad en aquel país que tiene por fortuna ser regido por un príncipe generoso.

Conocer más y más

“La figura de Fausto tiene, como la de Don Juan, algo universal (…). El Fausto de Goethe es el poema del espíritu humano, inquieto y ambicioso, luchando por el conocimiento de la eterna y suprema verdad. Presenta al doctor (Fausto) en posesión de todas las verdades humanas. Su único afán es poseer, asimismo, las sobrenaturales (…). El diablo se le presenta y ofrece darle a conocer las maravillas de la vida futura, sin abandonar su envoltura carnal.

El sabio cree saberlo todo y en realidad sabe lo que le han enseñado los libros. Su corazón es virgen e ignora lo que son las humanas pasiones. Firma el infernal pacto y queda transformado” (Fuente: Diccionario Enciclopédico Espasa-Calpe, Tomo 23, pp. 402-403).

Sinóptico

1931

Plan de Barranquilla

Este día un grupo de venezolanos exiliados en Barranquilla (Colombia), con presencia del joven Rómulo Betancourt, suscribieron un documento que constituye la génesis programática de la socialdemocracia criolla.

En su mayoría integraban la Generación de 1928. El grueso de dicha muchachada de ese tiempo leía tesis marxistas al influjo de la triunfante Revolución Rusa.

El Plan de Barranquilla hablaba de confiscación de los bienes de JV Gómez y allegados, así como de “revisar” (no de expropiar) el capital privado externo y nativo, si bien apuntaba con justeza a un plan nacional de alfabetización e impulso de las artes y oficios y escuelas técnicas.

Entretanto, el Partido Revolucionario Venezolano y su doctrinario Salvador de la Plaza, postulaban limitar los beneficios del capital extranjero a márgenes que nunca fuesen superiores al capital nacional. Para Manuel Vicente Magallanes el plan de Barranquilla constituyó un “primer intento serio de análisis de la realidad venezolana”.

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