Néstor Rivero Pérez

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El 7 de marzo de cada año se celebra el Día Mundial de los Cereales, línea de las especies vegetales que desde hace diez mil años forman parte de la dieta sustantiva de los seres humanos. Se les distingue asimismo como leguminosas, granos u oleaginosas, procurándose las mejores semillas de la respectiva cosecha, para su siembra y reproducción.

De Ceres al cereal

Como tributo a Ceres, diosa de la Agricultura y “creadora de vida”, en el panteón grecorromano, se asignó a los comestibles granulosos y de mesurada consistencia, el nombre de “cereal”, asociándose este tipo de alimentos al crecimiento físico de quienes les consumían, en especial los humanos, como supieron percibirlo los primeros romanos que a través del Mediterráneo se contactaron con la mitología helénica. Y al paso de dos milenios y choques civilizatorios de Europa con las Américas y el Oriente, se produjo, con propósitos de asegurar abastecimiento para los grupos de personas, especies animales y a la vez como  insumo de industrias,  la migración y trasplante de variedades desde sus focos iniciales, a territorios transoceánicos, con clima apropiado para su cultivo. Así, la cebada, el arroz, trigo, avena, sorgo, cebada y maíz, han expandido el territorio original, siendo producidos en países muy distantes a la ubicación primeriza.

Soya y trigo

Desde hace 5 mil años la soya es empleada como alimento en Asia. Se le cataloga como una “oleaginosa y sus principales componentes son la proteína y la grasa. Las proteínas son esenciales para el crecimiento del organismo y para la reparación de los tejidos (…) Las grasas son una fuente concentrada de energía para el organismo. El aceite -de soya- tiene aplicaciones en la industria de alimentos, destaca por su elevado contenido de ácido linoléico, el cual es esencial para el crecimiento y mantenimiento normal de la piel;  además, contiene lecitina, la cual posee ciertas propiedades curativas en los sistemas nervioso y cardiovascular.

Maíz originario

Las civilizaciones aborígenes de la América prehispánica, asentaron sus modos de vida principalmente en el maíz, además de las proteínas obtenidas por actividades de pesca y caza, que distinguió a las comunidades nativas desde la actual California y el Medio Oeste norteamericano, así como  las culturas de los mexicas y mayas, hasta los caribes entre las Antillas y el Amazonas. Los chibchas e incas y aymaras al sur, también encontraron en el maíz su principal sustento. Y así se refleja en la literatura inspirada en dichas naciones originarias. La obra Hombres de maíz, abonó en el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura al guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Hoy el maíz se conserva mediante técnicas de precocido para consumo humano.

Refinado y enfermedades

Según estudios médicos y de bioquímica de décadas recientes, se sabe que los cereales integrales, aquellos que se consumen “sin refinar, ayudan a la prevención de padecimientos como diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y cáncer colorrectal” [https://www.diainternacionalde.com]. Sin embargo, en el ciclo que va desde el laboratorio de diversas empresas, donde se examina las propiedades de la semilla, pasando por su recolecta, tras la cosecha en la plantación, para trasladar el volumen del cereal a instalaciones industriales, corre un ciclo paralelo que en procura de un incremento de productividad para la mayor rentabilidad, somete a las oleaginosas a procesamientos transgénicos, con alteración genética, o mediante el agregado de preservantes para la larga duración. Así, de acuerdo a corrientes críticas de la genética de vegetales, “En algunos cereales como el trigo y el maíz se desarrollaron procedimientos para incrementar la producción, derivando en proteínas de baja calidad y con un elevado contenido de hidratos de carbono. Su consumo excesivo puede generar enfermedades crónicas, tales como diabetes tipo 2, presión arterial alta, enfermedades cardiovasculares y obesidad” [Ibídem].

Sinóptico

1788

Antoine César Becquerel

Este día nació en Chatillon-Coligny (Francia) Antoine César Becquerel, a quien se conoce como iniciador del estudio sobre el “fenómeno de la luminiscencia e investigador de la piezoelectricidad” [https://es.wikidat.com]. Su nieto, Henry Becquerel, obtendría el Premio Nobel de Física en 1903. Tras poner fin a su carrera militar en el área de la ingeniería, Antoine César comienza a expresar su interés por la luminiscencia, fenómeno de los destellos de claridad en medio de espacios oscuros y que en la naturaleza exponen las luciérnagas. Y el primer contacto de Becquerel “con los seres luminiscentes tuvo lugar en 1830. Y aunque Antoine César se dedicó a estudiar la recién descubierta electricidad, transmitió a su hijo Edmond, su fascinación por los procesos de emisión de luz y este se dedicó a su estudio” [https://www.esteve.org].

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