Alfredo Carquez Saavedra

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En esta nota solamente puede hablar la tristeza… y la rabia. Los dos sentimientos se mezclan con las pocas horas de sueño producto de un mal día signado por la muerte de este amigo. Sin embargo, tal estado de ánimo no puede borrar de mi recuerdo su gran sonrisa que parecía (imagino) propia de uno de los personajes bonachones de El Señor de los Anillos, del dueño de la taberna el Poni Pisador.

A Oscar lo conocí gracias a nuestra común amiga Tania Díaz… Comenzamos a trabajar juntos y casi de inmediato nos hicimos camaradas. Y eso que sucedió hace apenas cinco años, lo siento como si nuestra relación se hubiese añejado muchísimo más tiempo. Tal vez sea producto de las coincidencias.

Ambos periodistas de la vieja escuela, discutíamos a menudo sobre la crisis que arrastra el periodismo venezolano, su poca profundidad, la falta de investigación, de crítica, de denuncia; la proliferación de organizaciones dueñas de redes sociales, páginas de internet, blogs y demás plataformas digitales financiadas por intereses extranjeros, con sedes en Estados Unidos y Europa.

Hablábamos al menos una vez a la semana. Hoy me estaría diciendo: “Escribe sobre el Plan Puma. No hay que dejar pasar la oportunidad de denunciar a basuras como Macri y Guaidó”. Oscar era uno de mis principales lectores. Hacía de editor, promotor y crítico de Tinta cruda.

Con Oscar se podía hablar de política, historia, música, cine, series de televisión, literatura, chismes de la farándula política, sucesos internacionales. Y lo bueno es que, además de ser muy buen conversador, siempre estaba de buen humor, incluso en los días en que sus problemas de salud le robaban parte de su energía. En nuestras largas conversaciones telefónicas semanales no dejábamos casi nada fuera del radar: no se perdonaba a nadie, ni al rey de Narnia y su Corte, ni a los zorros y camaleones que andan colados en el chavismo, vestidos de chaqueta tricolor, relojes caros y camionetas de muchas cifras.

La maldita pandemia se lleva a un tipo inteligente, culto, sabio y sencillo; una de esas personas buenas que en ocasiones nos regala la vida. Repito lo dicho arriba: qué tristeza y qué rabia. Hago de tripas corazón y me aferro al recuerdo de sus chistes, anécdotas y amplia sonrisa para fijarlo así en mi memoria y derrotar la amargura.

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