Manuel Amarú Briceño Triay
 
iCristo ha llegado! gritan los beatos iEl apocalipsis es inminente! sollozan los milenaristas. Ni en el más afiebrado delirio del más optimista de los militantes antiglobalización ruso este escenario fue imaginado. Sin necesidad de cargar con cócteles molotov o convocar marchas multitudinarias ese buque insignia del capitalismo estadounidense que promociona comida chatarra ha decidido cerrar temporalmente sus actividades en «solidaridad por la agresión a Ucrania». De una hora a otra, con una velocidad vertiginosa, la franquicia de restaurantes decomida rápida estadounidense McDonald’s, con sede en Chicago, Illinois, ha anunciado esta determinación. Este símbolo cultural gringo dejará de operar en 850 locales distribuidos a lo largo de la inmensa federación, poniendo a sus 62.000 empleados en ascuas aunque sus patrones prometen seguir pagándoles sus salarios. 
 
Por sorpresa, con una carambola antinatura pero audaz del oeste se pretende remover la «conciencia consumista» de la población rusa contra el gobierno de Putin, ya no de clase como pregona el marxismo. Así, la cadena de comida rápida más grande de la esfera terrestre, fundada en 1940 por los hermanos Dick y Mac McDonald, se alinea en una jugada política – comercial que también afecta a otros grandes baluartes capitalistas occidentales como Coca-Cola, Starbucks, Netflix, Ikea, Electrolux, Nokia y Zara. La intención sería agitar a los enajenados por el consumismo, los que perviven en posiciones solipsistas o nihilistas.
 
Obviamente, lejos está aquel 31 de enero de 1990 cuando cientos de ciudadanos soviéticos, unos 30.000, hacían cola en un gélido día invernal para acceder a la puerta del primer restaurante extranjero abierto en la heráldica Plaza «Pushkin» de Moscú con la finalidad de «tocar»  ¡Por Fin! la anhelada utopía liberal, combatida durante décadas, sumergidos en el «seductor» olor a fritanga o grasa evaporada para digerir expectantes una hamburguesa. 
 
Además, para guardar como souvenir de aquella histórica ocasión las cajas, por supuesto. A lo mejor, las cucharas heladeras distinguidas por el logo archiconocido de los arcos dorados o la cara siempre sonriente de Ronald McDonald; vestido como es costumbre de gualda – bermellón, colores corporativos asignados en 1963 de la paleta estelar de Willard Scott con el propósito oscuro de cautivar comercialmente al público infantil.
 
¿Qué está pasando? se preguntan decenas de miles. ¿Cómo es posible que un país que «erradicó» el comunismo, de cuyo pasado sólo queda un mausoleo convertido en atracción turística y las ocasionales banderas rojas que se observan en el anual «Desfile de la Victoria», se comprometa en una guerra contra el «mundo libre»?
 
32 años después de la inauguración de ese primer McDonald ‘s en Moscú, lugar de peregrinación de muchos en la antigua URSS, el planeta nuevamente está al borde de una guerra mundial nuclear ¿Por qué? Los más incautos se decantan por la invasión rusa a Ucrania.
 
A nuestro juicio ese hecho es la consecuencia del enfrentamiento dialéctico entre la mundialización de la estadounidense política histórica estratégica del «Destino Manifiesto» con la naturaleza intrínseca del capitalismo como modo de producción en cualquier parte que se desarrolle, mucho más, cuando lo hace en grandes unidades territoriales, de realidades demográficas cuantiosas y proyectos nacionales ambiciosos. De esta manera, no estamos ante la otrora dicotomía «capitalismo – comunismo». Más bien, cercanos a los desencuentros económico – políticos que llevaron a la primera conflagración mundial.
 
De hecho, a principios de los ’90 el subsecretario de defensa de los Estados Unidos de América, Paul Wolfowitz, escribió un documento que ponía en el tapete los objetivos a futuro de la potencia, que merced al descalabro del «socialismo real» encabezaría una victoria táctica de las fuerzas reaccionarias con la ilusión añadida del mundo unipolar (estadounización del orbe, unitaleralismo) y la globalización del capitalismo. 
 
A este tenor, con una URSS desmembrada, las repúblicas populares de Europa oriental desechas y el desaliento de la mayoría de los movimientos populares anticapitalistas, la doctrina Wolfowitz exponía claramente la especie de tener al país del Tío Sam como única súper potencia mundial e impedir el crecimiento de cualquier país con ínfulas de ser potencia mundial, entre ellos, Rusia o la formación de cualquier coalición que pusiera en entredicho el liderazgo estadounidense.
 
Publicado en marzo de 1992 por el New York Times, el documento fue severamente criticado por los actores políticos del llamado «mundo libre» y calificado de imperialista. – Ojo, Lenin murió en 1924 y de Putin no se sabía nada -. La «lluvia de diferencias» ante semejante idea hizo que el texto fuera reescrito y atemperado por el secretario de defensa, Dick Cheney, con la colaboración de Colin Powell; la nueva versión fue presentada en abril de 1992. Sin embargo, el planteamiento no perdió su espíritu, encerrando claramente la percepción histórica de la gran república del norte de América, que aunque parezca absurdo está en contradicción con el modo de producción sostenido como quimera infraestructural por su cosmovisión colectiva , el capitalismo.
 
Lo que sucedió luego era sólo cosa de tiempo. Si las relaciones de producción se ponen a merced del egoísmo pero al mismo tiempo las fuerzas productivas se desarrollan a tope gracias a una inmensa cantidad de recursos naturales e ingente mano de obra barata, se generará una enorme cantidad de plusvalía en pocas manos. Riqueza que permea toda la malla del mercado, en este caso, mundial creando disputas en las asociaciones corporativas de producción y comercio, también a escala planetaria cuyo resultado será la confrontación. 
 
Si a esto le añadimos liderazgos fuertes en todos los actores en disputa además de metas nacionales e internacionales de preponderancia, tendremos en puerta una gran contradicción natural. Rusia creció, China creció, las alianzas político – comerciales en todos los continentes florecieron como flores de mayo.
 
A su vez, una entente de Estados Unidos en componenda con Europa occidental intentó evitar el libre curso del sistema económico dominante alentado por ellos mismos como utopía y su desarrollo a plenitud, copando militarmente a uno de los protagonistas, Rusia, y retándolo en sus fronteras con una apuesta fascista de triste recuerdo en esas latitudes.
 
Lo pronosticado por Lenin en 1916 está en pleno desarrollo, quizá matizado ahora, entre otras minucias, por confiscaciones arbitrarias de capitales, clausura de cuentas exclusivas, cierre de espacios aéreos, despidos de artistas, prohibición de escritores decimonónicos, abandono de inmensos mercados por parte de los buques insignias comerciales occidentales, prohibiciones suicidas en la compra de energía y petróleo y nacionalizaciones. Por cierto, ya empezaron las protestas en Francia por los aumentos de los servicios básicos y alimentos.
 
Sóngoro cosongo, escribiría Nicolás Guillén.

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