Néstor Rivero Pérez

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El 9 de enero de 1349 la mayoría cristiana que habitaba la ciudad de Basilea (Suiza) inició el apresamiento de familias seguidoras del credo judío para quemar vivos a sus integrantes. La acción respondía a la suposición de los cristianos acerca de que la minoría judía era la causante de la epidemia de peste bubónica o “peste negra” que se había expandido por entonces y diezmaba la población de Europa.

Ciencia, religión y peste

La gran pandemia de peste bubónica que recurrentemente afectó al viejo mundo entre los siglos XIII y XVI tuvo dos procedencias: una, los soldados mongoles que acostumbraban a arrojar mediante sus catapultas, cadáveres contaminados con peste bubónica, sobre las ciudades sitiadas. Y dos, los barcos que trasladaban mercaderías desde Constantinopla a Génova, Venecia y otros puertos del mar Mediterráneo y entre cuyos tripulantes había personas contagiadas con la enfermedad. Sin embargo para la época el grueso de la población atribuía el origen del mal a los dictados de “castigo” que el Supremo Creador disponía contra los mortales por sus pecados y desvíos de fe. Y dentro de la estructura de pensamiento medieval, a los judíos se les responsabilizaba incluso de la ocurrencia de sequía en temporadas en que se requería la lluvia para la siembra y cultivo del trigo.

Sociedades cerradas

Quien no confesase abiertamente su acatamiento al cánon eclesiástico de Roma pasaba a formar parte de los execrados de la Tierra. Según Victor Lloret Blackburn “En la Edad Media no ser cristiano era prácticamente lo mismo que ser un adorador de satanás (…).Si no llovía suficiente se culpaba a los judíos. Si llovía demasiado también. Y cuando digo culpar me refiero a ir al barrio judío, saquearlo, destrozarlo y ejercer grados de violencia, a menudo incompatibles con la vida” (https://cadenaser.com). Dicha categorización excluía cualquier asomo de intercambio de visiones. Y ello, además del ámbito de la religión, se manifestaba en ciencia y filosofía.

El falso principio

El “Magister Dixit” constituía por entonces principio que hacía inapelable toda aseveración de quien ejercía cátedra o exponía como “autoridad académica”: “es verdad porque lo dijo zutano, y no porque exprese la realidad”. Así, toda disonancia era objeto de censura o condena. Y ello inducía a que genios como Nicolás Copérnico dispusiese que su texto sobre las revoluciones de las esferas celestes solo fuese publicado tras su muerte. Y la intolerancia acompañó a la Reforma religiosa del siglo XVI como lo constata la muerte en la hoguera de Miguel de Servet, descubridor de la circulación de la sangre, cohonestada por John Calvino. Las guerras de religión entre los monarcas creyentes de una u otra de las corrientes, o entre el cristianos y sarracenos, sustrajo toda capacidad reflexiva en torno a puntos de separación o acercamiento entre los distintos credos que dirimían su hegemonía con las armas.

Perseguidos de 1349 ¿perseguidores hoy?

Varios miles de seguidores del credo de las sinagogas perdieron la vida en la Basilea de 1349. Dicha masacre fue seguida en otras urbes de Europa; en Estrasburgo la matanza acaeció “el 14 de febrero de 1349…dos mil judíos murieron en la hoguera acusados de envenenar los pozos de agua para acabar con los cristianos de la ciudad” (https://historia.nationalgeographic.com.es). Y el horror nazi del III Reich alemán (1933/1945) cuando fueron perseguidos judíos, gitanos, comunistas y personas con defectos físicos, plasma un capítulo oscuro de la historia de Occidente. En reversa, hoy el Estado de Israel, imponer su política de ‘nuevos asentamientos’ frente a las comunidades palestinas de Gaza y Cisjordania, con extremos de persecución y maltrato, que hacen rememorar la tragedia de los campos de concentración nazis, en que padecieron los seguidores del judaísmo. Tal fue entre otras la Operación “Plomo Fundido”, de diciembre de 2008, ordenada por el premier Benjamín Netanyahu y durante la cual “murieron unos 1.400 palestinos, entre ellos 300 niños y niñas, más de 115 mujeres y unos 85 hombres de más de 50 años” (https://www.amnesty.org/es).

Sinóptico

1825

Simón Bolívar, gran lector

Este día el Libertador Simón Bolívar encontrándose en Lima (Perú) dirigió comunicación al comerciante Antonio Tabara exponiéndole su interés en adquirir un ejemplar de la obra Memorial de Santa Elena, redactadas por el conde Enmanuel de Las Cases y que recogía las declaraciones que Napoleón Bonaparte le había suministrado a de Las Cases durante sus años finales en el islote de Santa Helena acerca de los capítulos más significativos de aquella agitada existencia.

En 1826 Las Cases habría de enviar en 1826 al Libertador, de cuyas ejecutorias en el Nuevo Mundo se confesaba admirador, un ejemplar del Memorial de Santa Elena, con especial dedicatoria, mediante la cual reconocía las ejecutorias y hazañas del héroe caraqueño.

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