Chávez pulverizó el bloqueo histórico que se inició en Venezuela en el año 1830
El autor es periodista y abogado.
Alberto Vargas
Debemos admitirlo, el socialismo es vida para la vida, aunque parezca una redundancia, y el capitalismo es la antítesis a la mayor suma de felicidad posible anhelada por el Libertador Simón Bolívar, y Hugo Chávez retomó su proyecto socialista.
Sabemos que al imperialismo la historia le resbala, toda vez que delata su criminalidad y en consecuencia busca banalizarla utilizando el poder mediático; pero hoy esa historia es inocultable y está bien visibilizada.
El pueblo ha entendido que un apátrida es un lacayo del imperialismo y que los fascistas son especialistas en regímenes demoburgués rubricados por la corrupción administrativa, y además son propulsores del aumento de la desgracia de los humildes para favorecer a las oligarquías y al neoliberalismo, a expensas del hambre y la miseria.
Recordemos que el neoliberalismo es la etapa superior del liberalismo; la etapa en que los monopolios y los oligopolios traban la libertad económico-social y excluyen a los pequeños abasteros, imponiendo sus criterios en todos los órdenes; esto es, en el económico, el cultural, el político y muy particularmente en el comunicacional (poder mediático), el arma predilecta del capitalismo salvaje.
El imperialismo, como sabemos, no cesa ni cesará en sus agresiones injerencistas. Es la historia la testigo que narra cómo la expansión y dominación de los capitales industriales y bancarios de EE. UU. dieron forma a un sistema económico controlado por el capital financiero y su hambre de progreso supranacional. La historia de EE. UU. es la historia del terrorismo.
Esta vorágine destructora, para materializarse necesita de una agresiva geopolítica injerencista e intervencionista, asumida como doctrina por el capitalismo salvaje, la cual se extendió en el hemisferio latinoamericano.
Estados Unidos promovió y promulgó su agenda excluyente de América Latina y el Caribe a través de tres aberrantes doctrinas: La doctrina Monroe (1823), que pregona la categoría de «América para los americanos»; la doctrina del Destino Manifiesto (1853), que se basa en la justificación para invadir e intervenir Nuestra América, calificada de países inferiores en lo moral, en lo político y militarmente «al gran pueblo americano”; y el Corolario Roosevelt, que es la justificación absoluta de las dos doctrinas mencionadas por tratarse de pueblos (los que conforman el hemisferio) «menores».
Esta simbiosis, que no es más que una locura imperialista al creerse las administraciones estadounidenses los sacrosantos universales del mundo, al estar por encima del mismo Dios.
Deformaciones depravadas que le han permitido la conformación y promoción de una especie de moral universal más allá del bien y el mal. Había instalado un dominio colonial que se mantuvo prácticamente inmutable por 200 años y hoy hemos tomado conciencia en la lucha de una independencia integradora, que no es un proyecto del capricho de nuestros pueblos, a quienes se les había arrebatado su libertad; por eso estamos en lucha por la victoria final.
Estados Unidos califica de «enemigos de la libertad» a los Estados libres y soberanos que no entran en sus planes o no sirven a la creciente voracidad de sus intereses. Para ello utiliza una libertad inventada para justificar sus aventuras bélicas que tienen una clara expresión fehacientemente en la «guerra total», sinónimo de aplastamiento por todos los medios (invasiones, satanización cultural, guerra sucia, guerra mediática, y cuatro hojas más de etcéteras), no de un ejército enemigo, sino de cualquier pueblo identificado con un territorio o con un sentido originario de pertenencia, o con un proyecto político sustentable para dignificar a sus coterráneos. Por tanto, es opuesto a los pueblos que aspiren a afianzar esa identidad mediante un modelo económico, político y cultural independiente.
En estos escenarios la guerra se ha convertido en la justificación del hambre imperial por el petróleo y otros recursos naturales. El imperialismo, en alianza con los apátridas, está utilizando todo lo que sea necesario para impedir el proceso de la Revolución Bolivariana, que es la columna vertebral del pensamiento del Libertador Simón Bolívar, en la emancipación latinoamericana y caribeña. La Doctrina Bolivariana es la lucha por la igualdad, la complementariedad, la inclusión social y la perspectiva de género para todos los países del hemisferio.
«Seguramente la unión es lo que nos falta para complementar la obra de nuestra regeneración», advirtió el Libertador.
La agenda de la derecha fascista es absolutamente contraria a la Doctrina de Bolívar, pues en su concepción apátrida se acoge a los preceptos de dominación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a saber:
- Entregamos las zonas petroleras y mineras y nos prestan para que hagamos carreteras y autopistas con los consorcios internacionales designados por ellos.
- Nos prestan para ampliar el tendido eléctrico y de comunicaciones (entre otros servicios), pero cobran ellos el servicio de luz y de teléfono una vez privatizados.
- Nos prestan para que paupericemos los servicios de salud y educación, para terminar privatizándolos.
- Nos prestan cerros de la chatarra del dólar, pero tus reservas internacionales las debes colocar en los bancos que designen ellos.
- Nos prestan para comprar las armas con las que reprimiremos al pueblo que se levante contra su agenda de medidas económicas.
- Te prestamos pero despojas a los trabajadores de sus derechos, y se es flexible (criminal), con el tema del ambiente.
- Te prestamos, pero elegimos a los ministros de la Economía.
Estos programas de «ajustes estructurales» obligan a los gobiernos a integrar sus economías nacionales en la globalización del neoliberalismo; para ello proporcionan un marco en el que la derecha fascista o las élites locales puedan enriquecerse (mediante salarios más bajos, mano de obra dócil, privatización masiva, y una menor intervención gubernamental, etcétera). En suma, el capitalismo ha generado más pobreza y hambre tras estas criminales recetas.
Las tasas de crecimiento de la población superan hoy los aumentos de la producción alimentaria. Está en marcha una escasez crónica de alimentos. El sistema capitalista ha devorado las aguas, las tierras, la energía y la agricultura. Colocó en jaque a la humanidad.
Los umbrales catastróficos en los que está subsumida la humanidad, arrojan que ni las grandes empresas ni las personas acaudaladas, con independencia de los bienes de fortuna que poseen se eximirán de las consecuencias de la degradación ecológica. La capacidad del planeta para sostener la vida está en una fase terminal por la acción criminal del capitalismo salvaje.
En estos mismos escenarios apocalípticos, encontramos a escala mundial la delincuencia organizada que está socavando las economías, este paralelismo económico basado en el narcotráfico, el contrabando, el blanqueo de dinero y la corrupción de todo tipo que mueve billones de dólares.
Existen regiones fuera de la jurisdicción de cualquier Estado. Estos carteles han adquirido no solo poder económico, sino también estratégico. Las bandas y las mafias amplían cada vez su alcance, y la política va detrás de ellas. El lucrativo capitalismo gansteril se ha convertido en un accidente financiero.
Las actividades relacionadas con la droga representan el 2 % del producto bruto mundial. Los narcóticos son el bien más rentable del mundo. El volumen de ventas de las drogas ilegales está entre el 10 % y el 13 % del valor del comercio mundial. Tanto es así, que si el negocio de la droga fuera una economía regional, ocuparía el décimo puesto en el mundo. A pesar de los esfuerzos por combatir este flagelo, se calcula que las autoridades solo confiscan el 10 % de la producción mundial. Debido a las elevadas compensaciones, muchas personas están dispuestas a asumir los riesgos por transportar y comercializar la droga.
Estos nefastos escenarios son reflejo de las cada vez más agudas contradicciones del capitalismo, cuya perfección que le atribuyen, por el contrario, es un caos total.
Estamos en una crisis financiera global, estremecedora. La democracia hoy más que nunca necesita al sistema socialista en este mundo al revés en el que está amenazada toda forma de vida.
Vale decir, el socialismo no surge automáticamente, solo puede ser consecuencia de la cada vez más agudas contradicciones del capitalismo y del convencimiento de los pueblos del mundo de la necesidad de superar la criminalidad del capitalismo salvaje mediante una revolución social.
De tal modo que si se niega la barbarie se rechaza la posibilidad de una vida digna y vivible, y no como lo hace la derecha fascista (encubridora del cruel capitalismo salvaje) que ha llevado al abandono absoluto a los pueblos.
En fin, con estos amenazantes indicios, una vez más el socialismo ha dejado de ser un ideal anhelado por la humanidad durante milenios, y se ha convertido en una necesidad histórica.
Por cierto, el reformismo ya no tiene nada qué buscar en esta concluyente realidad indisoluble, toda vez que los paños calientes quedaron también históricamente desfasados.
El pensamiento de Bolívar en estos escenarios excluyentes y martirizantes contra el pueblo es profético, pues, en fecha 5 de agosto de 1829, le advierte al pueblo venezolano y a la Gran Colombia:
«Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad».
Allí está la doctrina de James Monroe, que es uno de los grandes temas de la historia de las relaciones internacionales del continente americano. Originalmente fue parte del mensaje anual del presidente Monroe al Congreso de EE. UU., en fecha 2 de diciembre de 1823, que con el tiempo se convirtió en parte fundamental de la política exterior norteamericana.
Mucho de su significado descansa en el hecho de que su esencia ha sido por 200 años una parte integral del pensamiento intervencionista norteamericano. El mensaje articuló ideas en la política exterior de EE. UU. La idea de la separación geográfica, política, económica y social del Nuevo Mundo con respecto al viejo continente, destacando los diferentes intereses americanos.
Los principios de Monroe complementaron el arraigado nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron al expansionismo de EE. UU., tras la incorporación de importantes territorios que habían pertenecido al imperio español, que se resumen así:
No a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo; abstención de EE. UU. en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos del hemisferio americano: «América para los americanos».
- UU. inició su expansión territorial no en defensa de la América Latina, sino en perjuicio de los países que se habían independizado de la Corona española.
Los gringos privaron de su independencia a los pueblos de Filipinas, Hawái, Puerto Rico, Haití y la República Dominicana; menoscabaron la soberanía de las hermanas naciones de Cuba, Nicaragua, Honduras y Panamá, imponiendo servidumbres políticas, militares y económicas; le segregaron a Colombia su provincia de Panamá, e intervinieron en México, ocupando por la fuerza el Puerto de Veracruz y la parte de la frontera septentrional.
Esta época fue llamada el «Destino Manifiesto», el cual se definió, a saber:
«Es un hecho inevitable y lógico que nuestro destino manifiesto es controlar los destinos de América». A lo que se agrega la proclama de Teodoro Roosevelt, en fecha 2 de abril de 1903: «Hablad con suavidad y llevad un grueso bastón; iréis lejos», una fórmula que se convirtió en el eslogan de su política exterior.
Roosevelt, en el mensaje anual de 1904, complementando la doctrina Monroe, formuló el siguiente corolario:
«Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de Estados Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada pueden exigir, a fin de cuentas, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y, en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de política internacional».
Asimismo, a través del secretario de Estado, Richard Olney, el presidente Cleveland hizo saber a Gran Bretaña y al mundo entero que: «Los Estados Unidos son prácticamente soberanos en este continente y su voluntad es ley para las cuestiones en que intervienen».
A esto se refería Bolívar, pues había visionado el naciente imperio. Esta es la verdad histórica profetizada por Bolívar acerca de la amenaza estadounidense en el Hemisferio de Latinoamérica y el Caribe, que no ha cesado, toda vez que las agresiones y las intervenciones continúan.
A los gobiernos yanquis hay que recordarle que: ¡Venezuela es indestructible!.
Afortunadamente contamos con otro testigo de excepción e inocultable, real, objetivo y veraz, que nos ofrece con lujos y detalles, cómo desde el alba de la humanidad, la división internacional del trabajo ha consistido en que unos países se especializan en ganar y otros en perder, eso está también hoy visibilizado en la verdadera historia.
Historia que relata cómo América Latina, un hemisferio precoz, le habían secuestrado su identidad, sus espacios y sus riquezas, en los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través de los mares, hundiéndole inmisericordemente sus dientes de vampiros (chupasangre) a los pueblos indígenas del mal llamado «Nuevo Mundo».
Esa es la historia del saqueo y el despojo que hemos sufrido durante siglos las hermanas y los hermanos de Nuestra América.
A esa historia le agregamos la agresión imperialista estadounidense que se erigió en el siglo XVIII, afianzándose en el siglo XIX, siguiendo su curso de explotación y crímenes.
Es esa historia la que certifica cómo los grupos económicos crecieron, se enriquecieron y se fortalecieron a expensas del erario nacional, y ostentaron durante el “puntofijismo” el poder político; operando como serviles lacayos de Norteamérica y entregando a Venezuela a los dictámenes imperialistas de sus gemelos: El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Esta historia de asesinatos, saqueos y despojos de las riquezas de la Patria de Bolívar, Hugo Chávez la despedazó; quedó mutilada en 1998, cuando asumió la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela.
Comenzó una nueva era histórica. Entró la educación gratuita sin exclusión, se erradicó el analfabetismo, los programas sociales para atender la salud, trabajo, vivienda, entre otros, como en ningún otro gobierno, dieron un salto cuantitativo y cualitativo al beneficiar a miles de hombres y mujeres, a las familias, a nuestros abuelos, a los niños, niñas y adolescentes, la juventud se sintió protegida por el Estado; todo esto bajo la premisa de la participación y el protagonismo del pueblo, y desde entonces, día a día crece la justicia social en el ámbito de toda la República Bolivariana Socialista. Las estadísticas de los programas sociales están a la vista.
Roger Noriega, exsecretario adjunto para los Asuntos del Hemisferio Occidental, alentó la agenda golpista en fecha 2 de marzo de 2005, en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, a saber:
“Venezuela cuenta con los recursos que necesita para su propio desarrollo, pero nos preocupa que la agenda muy personal del Presidente Hugo Chávez pueda socavar las instituciones democráticas en el país y entre sus vecinos. A pesar de nuestros esfuerzos para crear relaciones normales de trabajo con su gobierno, Hugo Chávez sigue definiéndose como opositor de Estados Unidos. Sus esfuerzos para concentrar el poder en el país, su sospechosa relación con fuerzas desestabilizadoras en la región, y sus planes para la compra de armas, son motivos de profunda preocupación para el gobierno de Bush. Apoyaremos a los elementos democráticos en Venezuela para que puedan mantener el espacio político al que tienen derecho, y elevaremos la conciencia entre los vecinos de Venezuela sobre las acciones desestabilizadoras del Presidente Chávez, con la esperanza de que se unan a nosotros para defender la estabilidad, la seguridad y la prosperidad en la región”.
Ahí está la geopolítica intervencionista, invariable históricamente.
Aquí está la verdad incontrovertible imperialista contra Venezuela; más claro no canta un gallo. Allí está también el falso cordero mostrándose como lo que es: Un sanguinario lobo, tras su único objetivo, que es apoderarse de los recursos naturales y no renovables que son del pueblo de Venezuela; esto es, el arco minero, el petróleo, cuyas reservas son las más voluminosas del mundo, entre otros recursos naturales con los que Dios ungió a la República Bolivariana.
Lo que incluye también que en sus desmanes bélicos, esas sanguijuelas imperialistas buscan llevarse consigo hacia el foso de la extinción, toda forma de vida en nuestra Madre Tierra.
Volviendo nuevamente a Chávez, este hombre despejó el bloqueo histórico impuesto contra Venezuela y da inicio a una nueva visión de vida en el marco del sistema socialista.
La crisis histórica que padeció el pueblo desde el año 1492, que Bolívar en su lucha por la independencia dejó inconclusa debido a la traición de la naciente oligarquía, aliñada por el colonialismo, pero esa misma historia envió a la hoguera a los traidores y hoy ese pueblo martirizado está rumbo a la inobjetable victoria final.
“Hoy, 2 de febrero de 1999 ¡llegó la hora del pueblo de Venezuela! Hoy 2 de febrero de 1999, llegó la hora de la resurrección de la Patria de Simón Bolívar. Celebramos el nacimiento de la Venezuela libre, de la Venezuela Bolivariana que siempre hemos soñado”, expresó Chávez al tomar posesión de su primer mandato presidencial.
Luego, tras descartar usar la banda presidencial, símbolo de la IV República, período marcado por la democracia representativa del puntofijismo, aliñada por la reiterada violación de los Derechos Humanos, alzó su mano derecha al aire, colocó la izquierda en la Constitución de 1961, y afirmó:
“Juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo, que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro”.
Así pues, su primera iniciativa, desde el Palacio de Miraflores, una vez que asumió el cargo de Presidente aquel 2 de febrero de 1999, fue el de firmar el decreto de convocatoria a una Constituyente que elaboraría la nueva Constitución, texto que se fundamenta en un nuevo Estado protagónico, participativo, democrático, social, de justicia y de derecho.
Ahí vamos, hacía el Sistema Socialista. ¡Nosotros estamos venciendo!