Eugenia Russian
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La percepción popular plantea que los niños y las niñas son el futuro de la humanidad. En la consideración que se les tenga, la sociedad valorará su supervivencia. América Latina tiene una población mayoritariamente infantil y juvenil, esta condición que resulta una señal de esperanza, implica darles más atención.

Sobre todo, en el continente con el mayor grado de desigualdad, donde la exclusión social crea espacios de conflictividad social extrema, con familias débilmente estructuradas, y por otra parte en los sectores sociales pudientes, la cultura del consumismo tiende a insensibilizar a su población infantil. Frente a los escenarios que se vislumbran para el futuro del planeta, con la crisis ecológica, energética, de alimentos y los peligros generados por las confrontaciones bélicas, la sociedad de la globalización mercantil parece decirle a la mayoría de la población infantil y juvenil del mundo:

No hay lugar para ustedes. En estos tiempos difíciles para la humanidad se requiere sembrar valores en las niñas y en los niños, para pasar con urgencia de una sociedad que cierra las puertas mediante fronteras, con una cultura xenófoba a una sociedad inclusiva, que practique la virtud de la hospitalidad, capaz de asumir las palabras de Jesús: “Dejen que los niños se acerquen a mí”.En esta perspectiva se requiere un esfuerzo redoblado.

El aislamiento y la insensibilidad social están en el ambiente. Como también lo está un profundo esfuerzo espiritual para generar una misión común, capaz de nutrirse de la espiritualidad liberadora, para hacer un aporte que opte por el pobre, en especial por el niño y la niña pobre, contra la pobreza y a favor de la vida.

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