Alberto Vargas

@albertovargas30

Los neoliberales fascistas que controlan las corporaciones que ha engendrado el capitalismo salvaje, son los responsables de la hecatombe que está padeciendo la naturaleza, la economía y la política en el mundo.

Es justo que los pueblos se resistan al saqueo, amenazas, chantaje, odio, al injerencismo, golpes de Estado, falsas noticias, el endeudamiento de los Estados, para sostener los regímenes imperialistas que encabeza EEUU.

De ahí que la ira de los pueblos esté aumentando. La riqueza de unos pocos es la generadora del hambre de los pueblos que cada vez están más excluidos de una vida digna.

Las bandas y las mafias empresariales amplían su alcance y el dinero y la política van detrás de estas sanguijuelas.

Este torbellino succiona la justicia y la paz. Se ha extendido el lucrativo capitalismo gansteril. El sistema capitalista está generando, además de un accidente irreparable contra toda forma de vida, un cataclismo universal que está a la vista. Hay toda una reacción en cadena que está asfixiando al capitalismo salvaje. Hemos entrado al ámbito de más temprano que tarde, sobre los cambios estructurales que debe hacer la humanidad, si es que quiere vida para la vida.

El capitalismo no es un estado natural de la especie humana, es un producto del ser humano que afronta una pregunta crucial: ¿El propio progreso de esta invención global, implica que en algún momento del futuro le aguarda el accidente global, del que no podrán recuperarse ni el sistema como tal ni la economía mundial?

La respuesta es que la propia historia certifica que los medios que ideó el capitalismo para perpetuar su criminal sistema salvaje, han sido un fracaso totalmente inadecuado.

Un breve inventario de las corporaciones globales revela que no tienen ningún valor para escapar de estos peligros que prácticamente han alcanzado a la humanidad. Y puede ser peor si experimentáramos la falsa sensación de que el capitalismo salvaje se puede recuperar de su inminente fracaso como modelo o sistema de vida.

El aire, el agua y el suelo se consideran bienes gratuitos; no se reconoce ni se calcula su valor en función de su escasez. El capitalismo es inviable.

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