Néstor Rivero Pérez

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El 26 de octubre de 1825 el Libertador Simón Bolívar, tras haber recorrido varias veces y libertar a Nueva Granada y Venezuela, así como logrado la consolidación de Panamá, Perú y Bolivia como repúblicas independientes, dio culminación a sus campañas heroicas, escalado hasta la cima del Potosí -al sur de Bolivia y a 4 mil cuatrocientos kilómetros de distancia de Caracas-. Allí celebraría, acompañado del Gran Mariscal de Ayacucho y el Estado Mayor del Ejército Unido, una ceremonia con la cual significar la exitosa culminación de las Guerras de Independencia suramericanas iniciadas en 1810.

Cima de gloria

Desde 1814, en los difíciles momentos de la Guerra a Muerte, el Libertador abrigaba el proyecto de llevar las armas libertadoras hasta los países del Sur y ser el adalid de la ardua obra que requería expulsar de estos territorios al poderoso ejército español que contaba, además, con firme apoyo en la opinión pública. Al alcanzar ese 26 de octubre la cima del Potosí el Padre de la Patria, como lo apunta su biógrafo O’Leary, viró su mirada al norte y, tras izar las banderas de cada uno de los países independizados por las fuerzas bajo su mando y por la espada de José de San Martín, hizo ante sus acompañantes una recapitulación de los grandes esfuerzos desplegados para culminar la gesta.

¿Y ahora?

Luego de la Batalla de Ayacucho, del 9 de diciembre de 1824, y de su arribo al Potosí, el héroe caraqueño se debatía entre varios proyectos. Teniendo bajo su mando una fuerza de más de 14 hombres, ponderaba varias opciones: la de expedicionar sobre Cuba y Puerto Rico para independizarlas: llegar hasta las colonias españolas de Filipinas, deponer al emperador de Brasil, o ir hasta la Península Ibérica para derrocar al rey Fernando VII.

Distancias

Entre la Paz y la localidad de Potosí, al pie del mítico cerro de plata, media una distancia de poco más de 440 kilómetros, recorridos por el Libertador a caballo, su vehículo desde que salió de Lima para entrar en Arequipa el 12 de mayo de 1825, manteniendo su recorrido por los pueblos de la sierra y el Alto Perú (actual Bolivia) hasta que regresa al Perú y entra en Lima en febrero del año siguiente. De este modo podría sostenerse sin riesgo de equívocos, que en idas, desvíos y retornos, el héroe caraqueño debió recorrer a caballo no menos de diez mil kilómetros entre 1810 y 1830, lo cual hoy luce casi que increíble, por cuanto mucho de dicho recorrido debió hacerlo como parte de las operaciones militares y entre combates contra los españoles. Así, la última cabalgata emancipadora, esta del Potosí, tuvo en el ánimo de Bolívar el contenido de una obra suprema cabalmente cumplida.

En la cima

Entretanto, se abocaba a la convocatoria y reunión del Congreso Anfictiónico de Panamá y el afianzamiento de su obra fundamental, el nuevo Estado de la Gran Colombia. Ese día 26 -recuerda Vicente Lecuna-, el Libertador evocó sus campañas por la independencia desde el Apure, y “señalaba al Potosí como término de sus empresas (…). Sobre el famoso pico desplegó las banderas de la Gran Colombia, de Chile, Perú y el Río de la Plata”.

Sinóptico

1885

Louis Pasteur develó el “mal de rabia”

Este día el bacteriólogo Louis Pasteur presentó ante la Academia de Ciencias, de París, sus hallazgos sobre el “Mal de Rabia”, enfermedad transmitida por la mordida de un perro infectado con el virus Rhabdioviridoe, el cual penetra el sistema nervioso central, conllevando la encefalitis y un elevado riesgo de letalidad. Pasteur descubrió que “el virus de la rabia se transmite a través del contacto directo (por ejemplo, de la piel cortada o las membranas mucosas de los ojos, la nariz y la boca) con la saliva o los tejidos del sistema nervioso o del cerebro de un animal infectado” (https://www.cdc.gov). Y fue el primero en demostrar que las enfermedades contagiosas tienen origen en minúsculos gérmenes que penetran un organismo, y no en el fatalismo impuesto por deidades. Este, entre otros hallazgos, ha convertido al sabio en uno de los benefactores eminentes de la humanidad. Hacia finales de los años cincuenta del siglo XIX, Pasteur, tras experimentar sobre variedades de levadura y su comportamiento bajo calentamiento controlado, estableció el método de la “pasteurización” para la conservación de alimentos. Tras años de experimentación el científico galo se da cuenta de que las médulas infectadas por el germen de la rabia, dejadas en contacto con el oxígeno y en “atmósfera disecada”, pierden su virulencia, y que al inocularse en perros estos se hacían resistentes a posteriores ataques de la bacteria que causa el mal de rabia: nacía de este modo la vacuna antirrábica, hasta ese momento con dato afirmativo en animales; empero debía ser probada en seres humanos para constatar su feliz resultado. Es así que al atender al niño José Meister, cuyo padre se le acercó desconsolado por cuanto aquel había recibido catorce mordidas de un perro que padecía la enfermedad, obtuvo la autorización para ensayar por primera vez la vacuna.

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