Súperbigote y otras historietas

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Mi afición por las historietas ilustradas nació desde mi renuente indisciplina ante ciertos rigores que emboscaban mi escolaridad primaria.

Federico Ruiz Tirado

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Mi afición por las historietas ilustradas nació desde mi renuente indisciplina ante ciertos rigores que emboscaban mi escolaridad primaria, que buscó refugio sereno en la biblioteca de mi padre, en una hamaca cómplice para la lectura y en la imponente presencia de una colección de diccionarios que eran como unos tótems en el ámbito familiar.

No siempre buscaba en ellos la etimología de algunas palabras, decires, alocuciones o giros coloquiales del habla. Iba al grano con una curiosidad antropológica a examinar las imágenes o dibujos, fenómenos psíquicos, fotos de obras de arte rupestre,  religioso o de cualquier otra índole: mapas, animales, dioses, héroes o personajes bíblicos, pasajes apocalipticos, planetas, obras de Goya y  retratos de gente famosa e importante en los mundos para ese entonces aún no globalizados como ahora.

Con frecuencia volvía sobre sus abecedarios para saber de las raíces de tal o cual onomatopeya o una rara palabra. Tal vez si hubiera recibido un estímulo particular me habría convertido en un dibujante o caricaturista: imaginaba a veces hacer una historia secuencial de la vida de Papá, desde su infancia y adolescencia en Puerto de Nutrias, pasando por los diversos oficios que ejerció hasta que, de la mano del tío Fidel Betancourt Martínez, enrumbó sus pasos hacia el estudio de la historia, el PCV, la arqueología, el marxismo y la lucha armada, por lo cual estuvo confinado en la cárcel de Amazonas durante la dictadura de Pérez Jiménez.

Pero ni apareció quien me guiara en el dibujo ni yo tampoco puse de mi parte. Me volví pura paja, y dediqué tiempo a leer novelas vaqueras de Marcial Lafuente Estefanía, Keith Luger y Silver Kane, que intercambiaba con Hugo Chávez.

Apareció en esa época ante nosotros un libro de Ludovico Silva, «Teoría y práctica de la ideología». Fue un espléndido hallazgo para quienes ya desde entonces nos considerábamos de izquierda. Una sección dedicada al significado ideológico de los superhéroes marcó una etapa imborrable. Que el «hombre de acero» fuera vulnerable a la kriptonita roja hasta quedar frito era para celebrarlo; que Tarzán se la pasara de palo en palo sin tiempo para intimar con Jane y ésta ansiosa retozaba con los monos, nos emocionaba; que el Fantasma vestido de hule en plena jungla no sudara ni se bañara nunca, o que a Mandrake el robusto Lotario lo perjudicaba sexualmente, eran datos que despertaban serias reflexiones sobre la naturaleza del imperialismo norteamericano.

Todo esto viene a cuento porque buscando formas personales de conexión con el entusiasmo del Presidente Nicolás Maduro para compartir el vídeo ilustrado «El súper bigotes», que relata sus poderes para enfrentar el bloqueo y sus efectos en el país, incursioné en internet y dí  con Mr. Mum, la historieta del gringo Irving Philips, conocido en español como «El extraño mundo de Subuso»: un hombre regordete con cara de cuchillo y lentes oscuros, acompañado de un perro, capaz de expresar sin pronunciar palabras, mudo, su estupor ante ciertos visos de la realidad «real» consideradas como «descarriladas» de la normalidad o disociadas política y culturalmente.

Si a Subuso le tocara, por ejemplo, asomarse en este mes de febrero a los medios de comunicación privados nacionales o extranjeros (El País de España, por citar alguno) y leer la cobertura sobre «la baja» en combate de Carlos Luis Revette, «Koki», subiría las cejas al comprobar cómo los eufemismos pueblan el discurso mediático: el Koki tenía interlocutores e intereses en «territorios vecinos», escribe la reportera, para no decir Colombia. Subuso  habría de leer entonces a Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional, quien puso el dedo en la frente de Iván Duque y recordó que el Koki fue un guarimbero teledirigido por Leopoldo López, el jefe de Voluntad Popular y se había «territorializado» en la Cota 905 para generar un foco  terrorista con más de 120 hombres armados.

O pongamos por caso la fiesta en Canaima, en la fronda de un Tepuy y las declaraciones virales de Osmel Sousa arrugando porque le ajaron su Dolce & Gabana en pleno jolgorio; o las imágenes de las mantuanas embalsamadas al lado de sus enseres cosmetologicos, vasinillas y carpas de tafetán y seda; o el lloriqueo de Valentina Quintero, las excusas del empresario Rafael Oliveros o las rabietas de la Brewer Carias. Imaginemos la cara de Subuso .

Si Super Bigotes hubiera aparecido en pleno vuelo como el hombre de acero, la estampida todavía tronara.

Finalmente, Subuso no habría de regresar a la nada de su mundo «irreal» sin antes estrechar la mano de hierro del héroe bigotudo, par de «jodedores» que podrían despedirse proclamando que por fortuna, la imaginación no está todavía dolarizada.

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