Néstor Rivero Pérez

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El 15 de agosto de 1805, el joven Simón Bolívar, en presencia de su maestro Simón Rodríguez y su primo Fernando Rodríguez del Toro, juró solemnemente consagrar su existencia al propósito de romper las cadenas del poder español que oprimía a Venezuela.

 

Palabra empeñada

El respeto a la palabra empeñada y el comprometimiento con un juramento promisorio, según el cual alguien queda sujeto a una obligación futura, poseen para quien cultiva conciencia de su honor personal, jerarquía de virtud suprema, y se coloca por encima de otras opciones, proyectos de vida o intereses. El juramento contempla, al modo que enseñó Hipócrates a sus discípulos, rigor en la propia vigilancia de los actos, como la requerida para sostener el enunciado con el cual se da inicio al ejercicio de la Medicina, cuando se hace pronunciar a cada egresado su promesa de recto desempeño profesional, de modo que se ejerza siempre las artes de Galeno con decoro y como instrumento de bien al prójimo. Así, este tipo de juramento que implica devoción a un deber de altruismo y rectitud o una causa de patria y humanidad, usualmente se formula ante testigos y se acompaña de solemnidad y formalidades que obligan a su cumplimiento.

 

Tres testimonios

En la historia de América quedan tres testimonios de la veracidad del juramento proferido en Roma por el joven Simón Bolívar. Uno, dado por el mismo héroe caraqueño cuando, ya inmortal Libertador, escribe en enero de 1824, desde Pativilca a su viejo maestro Rodríguez, y le recuerda del compromiso de 1805, en tiempos en que todo parecía remoto por “la esperanza que no podíamos tener”. El segundo momento fue la conversación que ese mismo año 1824 sostuvo Bolívar en Perú con el almirante Paldwin, quien lo recoge en escritos sobre su visita al héroe caraqueño. Y la tercera evidencia de que sí se dio el magno
compromiso de Roma, la inserta en un libro publicado en 1913, el escritor Fabio Lozano -de una conversación entre Manuel Uribe Ángel y el maestro Rodríguez-, donde se plasma el texto del juramento que ha conocido la posteridad.

 

Prestancia heroica

De acuerdo al relato de Rodríguez a Uribe y transmitido luego por este a Lozano, el joven Bolívar había hecho referencia a la magnificencia de la historia de Roma y sus ruinas, vistas a la altura de las Siete Colinas: “Con que este es el pueblo… de los Gracos y los Horacios… de César y de Bruto”. Quiso el futuro Libertador dar prestancia heroica al tremendo reto que habría de asumir, una vez pronunciadas las palabras decisivas de su alocución: “¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”.

El poder de un juramento

El historiador Tomás Polanco Alcántara escribe: “El juramento hecho en Roma resulta de ese modo, no… simplemente emotivo, sino el necesario final de un proceso de captación definitiva de una idea que llevaba a un proyecto político. Era un compromiso formal consigo mismo, de consagrar su vida a la búsqueda de un ideal preciso. Escogió la ciudad de Roma, que era un marco adecuado a la época para manifestar ese compromiso. La publicidad no era necesaria. Bastaría saber, él mismo [Simón Bolívar], cuál era la responsabilidad personal que había asumido” [Bolívar, Cs 2004, pág 101].

Sinóptico
1819

Constitución de Angostura

Este día quedó sancionada la segunda Constitución de Venezuela, cuyos debates comenzaron en febrero anterior. El Congreso, con carácter constituyente, había sido instalado por el Libertador Simón Bolívar el 15 de febrero de ese año. Bolívar, con una visión centralista de la República, y luego de la Gran Colombia, difería de quienes postulaban el liberalismo tajante a la usanza de la unión estadounidense de Norteamérica. Bolívar, inspirado en propuestas reformadoras como las del Conde de Volney y J. J. Rousseau, concebía la organización del Estado y la nueva Constitución, como oportunidad para la regeneración del cuerpo social. Al exponer su propósito de proveer a la felicidad social. Así dirá: “Gloria, virtud moral, y, por consiguiente, la felicidad nacional, fue el resultado de la legislación de Licurgo”. Y sin embargo, la idea de Bolívar de la Cámara Moral y Educación, fue considerada impracticable por el Congreso, quienes pospusieron su debate de forma indefinida. La unión de Nueva Granada y Venezuela en un Estado único, y que había sido practicada por el Libertador y sus oficiales en el campamento, en medio de tiros y lanzazos frente al enemigo a ambos lados de la frontera, constituyó una de las principales peticiones del Libertador en su célebre discurso del 15 de febrero, junto a su solicitud de abolición absoluta de la esclavitud, la cual fue rechazada. Intereses esclavistas y carencia de voluntad anfictiónica se confabularon contra estos proyectos de Simón Bolívar.

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