Néstor Rivero Pérez

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El 14 de diciembre de 1823, hace doscientos años, el Libertador Simón Bolívar, al frente de la Guerra de Independencia de Perú, envió una carta al general Antonio José de Sucre, pidiendo que lo ayudase a confeccionar los planes de la campaña para asegurar la victoria frente a los españoles.

Arribo y desplazamientos

Bolívar había arribado tres meses antes a Perú, siendo objeto de un imponente agasajo a su entrada a Lima, la capital, en medio de las circunstancias y dificultades de un territorio dividido en dos franjas: La costa en manos de los patriotas y la zona cordillerana, con gran cantidad de población dominada por el Virrey de La Serna y las fuerzas monarquistas. De inmediato Bolívar asumió el mando de las tropas e inicia un ciclo de consultas y disposiciones para dar cohesión a la oficialidad y acantonamientos que mantenían en alto las banderas de la emancipación tras la renuncia y subsiguiente partida a la Argentina, del Protector José de San Martín, en septiembre del año anterior.

Otros generales

Antes de su viaje, el Padre de la Patria había enviado a su mejor lugarteniente, Antonio José de Sucre, como jefe del Ejército Auxiliar de la Gran Colombia, en apoyo a los independentistas de Perú. Y sin embargo que a Sucre al llegar le fue ofrecido el mando absoluto político y militar, no quiso inmiscuirse en los asuntos de gobierno civil, restringiendo su autoridad solo a los asuntos militares. De allí que al arribar el Libertador al Callao en septiembre de 1823, comenzó a ponderar la actuación de la plana mayor del Ejército Unido integrado, además de las fuerzas grancolombianas, por destacamentos de Chile, Argentina y el propio Perú. Enseguida se percató Bolívar que la mayoría de los altos oficiales eran todos valientes y sostenían la disciplina; empero carecían de las dotes de quien concibe grandes ideas y largo escenario e integra los distintos componentes que aseguran el desenlace victorioso en una campaña. El argentino Juan Álvarez de Arenales, desoyendo a Sucre, ejecutó por cuenta propia la acometida contra el Virrey de La Serna, sin aguardar los auxilios en tropa y vitualla de los grancolombianos, terminando en desastre su campaña. José de La Mar y Agustín Gamarra, peruano el primero y nativo de Quito el segundo, se caracterizaban por su valiente comportamiento al frente de sus soldados; empero por sí solos carecían de una visión integrada de los fenómenos que definen el arte de la guerra. Bravos jefes como O’Connor y Miller o Juan Lavalle, o el neogranadino Córdoba, sabían cumplir las instrucciones en medio del combate, empero resultaba difícil confiar en sus manos la responsabilidad de un ciclo de operaciones como las que dieron el resultado de las jornadas de Junín en agosto de 1824 y Ayacucho en diciembre de ese mismo año.

Rogatoria de Bolívar

De allí que el Libertador, quien desde 1817 venía tratando de forma directa a Antonio José de Sucre y había descubierto sus numerosas cualidades, tanto  intelectuales como en el plano de la acción, su valor personal, rigor, austeridad y adhesión que concitaba en la tropa, y, por encima de todo, la capacidad del glorioso cumanés en concebir grandes ideas, le escribe la memorable epístola del 14 de diciembre de 1823 en los siguientes términos: “Si no es a Ud, no tengo a nadie que me pueda ayudar con sus auxilios intelectuales. Por el contrario, reina una dislocación de cosas, hombres y principios que me desconcierta a cada instante: Llega a desanimarme a veces. Tan solo el amor a la patria me vuelve el brío que pierdo al contemplar los obstáculos. Por una parte se acaban los inconvenientes y por otra se aumentan” [Simón Bolívar, Carta a Antonio José de Sucre; Cajamarca (Perú), 14 de diciembre de 1823]. Bolívar y Sucre se encontrarán a propósito de la reducción que hizo Bolívar del abogado y general José de la Riva Agüero, expresidente de Perú, quien había entrado en negociación con los españoles, para expulsar a Bolívar de Perú.

Sinóptico

1922

Pozo Barroso II

Este día se produjo en la zona de Cabimas (Costa Oriental del Lago de Maracaibo, Zulia), el estallido del pozo Barroso II, suceso que mostró al mundo el sorprendente potencial hidrocarburífero de Venezuela. El brote abrupto y desmesurado en lo inmediato de un volumen de petróleo que se elevaba por encima de la boca del pozo varias decenas de metros, constituyó un espectáculo digno de contemplación, de no ser por los daños ecológicos que el fenómeno revistió sobre la región.

Tal como afirma Nilda Bermúdez Bríñez: “El impacto fue repentino y directo en la afectación de la vida económica, social y cultural en los territorios del puerto-ciudad de Maracaibo” (http://www.saber.ula.ve). El estallido del Barroso II sorprendió al mundo con las imágenes que aparecían en las páginas de los impresos, debido a la altura que alcanzó la violenta emanación del hidrocarburo.

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