Néstor Rivero Pérez

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El 7 de septiembre de 1986, hace 35 años, se produjo en vía al Cajón del Maipo -al sur de la capital Santiago de Chile- un atentado contra el general Augusto Pinochet, quien en 1973 había derrocado al Presidente Constitucional Salvador Allende provocando su muerte. El atentado que por poco logra el propósito de liquidar físicamente al dictador fue ejecutado por el clandestino Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

Debate sobre el tiranicidio

Los integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez procedían, quizá sin percatarse, en consecuencia de una inquietante pregunta que en el siglo XIII se había formulado Santo Tomás de Aquino. En efecto, antes de justificar o escarnecer el tiranicidio, el Padre de la Iglesia formula la siguiente insinuación “Cuando la tiranía es en exceso intolerable algunos piensan que es virtud de fortaleza el matar al tirano” (http://www.arbil.org). De las dos respuestas que se desprenden de esta expresión, los seguidores del camino armado para la toma del poder no han titubeado en contestar afirmativamente. Empero la cuestión adquiere una dimensión moral respecto al derecho de quitar la vida a un enemigo, personal o político,  y de este modo dar legitimidad al magnicidio.

¿Terroristas o justicieros?

No había dudas de que Augusto Pinochet desde 1973 conducía, con orquestaciones como Operación Cóndor, una tiranía violatoria de los DDHH. En todo caso el dramatismo del atentado de 1986 debió tener algún impacto en la emocionalidad y escenarios que el dictador austral se formuló para los tiempos que habrían de llegar a Chile y su admisión del plebiscito de 1989, quizá ponderando riesgos de nuevos intentos por liquidarlo. En todo caso, de la respuesta que el observador de los hechos dé a si el mandatario es un tirano, o si responde a normas democráticas que atienden a la voluntad del pueblo, de allí precisamente, dependerá la contestación al dilema moral de justificar o repudiar el tiranicidio. Y, en consecuencia, la tipificación de quienes lo perpetran como asesinos o justicieros. En todo caso los del FPMR fueron jóvenes imbuidos de un ideal de redención social con medios armados.

Cajón del Maipo

Pinochet acostumbraba a descansar los fines de semana en un lugar conocido como Cajón del Maipo, en una franja montañosa al sur de Santiago. Conocedores de este dato, los miembros del FPMR habían inicialmente escogido el 30 de agosto de 1986 como fecha del tiranicidio, empero cambios en la agenda del gobernante impidieron la acción. José Joaquín Valenzuela Levi, alto cuadro militar del FPMR, y Cecilia Magni (comandanta Tamara), arriesgada militante que pertenecía a una distinguida familia santiaguina, tuvieron gran injerencia en la planificación y ejecución de la acción.

7 de septiembre

Replanteada la tentativa para el 7 de septiembre se colocaron en los puntos de emboscada, equipados con fusiles, un lanzacohetes y varias granadas. A poco de pasar la comitiva presidencial por un punto del trayecto, los atacantes cerraron la vía con un automóvil para evitar escape a su objetivo, e iniciando de seguidas un nutrido fuego de fusilería sin identificar con precisión en cuál de los vehículos se trasladaba Pinochet. El automóvil en el cual iba el dictador recibió el impacto de un lanzacohete M72 LAW, que no alcanzó a estallar. “Pensé que jamás iba a salir de allí con vida” diría a poco Pinochet, cuyos funcionarios de inmediato iniciaron terribles represalias contra opositores de la dictadura y sometiendo a torturas y dando muerte a líderes del FPMR.

Sinóptico

1791

José Laurencio Silva

Este día vino al mundo en Tinaco (Cojedes) un prócer cuya lanza y espada daría lustre al ideal de patria en Venezuela, Nueva Granada, Ecuador y Perú. Silva se sumó en 1813 a la Campaña Admirable bajo conducción del Libertador. Al caer la II República en 1814, Silva viaja a pie por las franjas selváticas de Carabobo, Guárico y Cojedes. Víctima de la delación de un allegado a su familia, será hecho prisionero cerca de Tinaco, evadiéndose luego de la cárcel y marcha al campamento de José Antonio Páez, en El Yagual, acompañándole en Mucuritas en 1817. En 1818 se le ve con Bolívar en Calabozo; y en 1819, en Las Queseras del Medio. A Silva se le llegaron a contar, sobre su cuerpo, 54 marcas de heridas producidas en los combates de la independencia. El Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, llegó a decir “envidio las heridas de Silva”. En la misma planicie de Ayacucho, el entonces Coronel Silva, recibirá de manos del General en Jefe Antonio José de Sucre el ascenso a general de brigada. Víctima de discriminación en el Alto Perú por su tez morena, a poco el Libertador le concedería la mano de su sobrina Benigna Bolívar. Silva acompañó a Bolívar hasta su último minuto en San Pedro Alejandrino. Murió en 1873. Sin embargo en su vejez, en 1859, se le verá por algunos meses al lado del ejército oligárquico y centralista enfrentando la insurgencia campesina de la Guerra Federal acaudillada por Ezequiel Zamora.

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