¿Para atrás o para adelante?

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Tengo un tío pobre y una tía rica (…) Ella estudió en “los mejores colegios” (…) Él, en cambio, un bachillerato mediocre, truncado por los apremios económicos y el exceso de rumbas.

Rodolfo Porras

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Tengo un tío pobre y una tía rica. No son hermanos, se la llevan muy mal por razones de clase, de parentesco, de formación. Ella estudió en “los mejores colegios” y tiene educación universitaria, aunque no completa; salió de la Metropolitana a consecuencia de un matrimonio soñado y esperado. Él, en cambio, un bachillerato mediocre, truncado por los apremios económicos y el exceso de rumbas. Ella no se pela una “s” final ni por casualidad y él se las traga todas o las sustituye por una deshonrosa “h” aspirada de lo más venezolana.

Lamentablemente, para ellos, a veces les toca coincidir en la misma fiesta. En el reciente enfrentamiento, perdón, en el último cumpleaños en el que nos encontramos coincidieron en el balcón. Ella estaba pletórica de contento, él más bien taciturno.

“¡Por fin recuperamos el Teresa Carreño! Ahora es nuestro, como siempre lo fue y como nunca ha debido dejar de serlo”.

Mi tío la miró.

“¿Cómo que de ustedes” -dijo- “acaso tu marido compró las instalaciones?”.

Ella sonrió desde muy arriba y con cierto dejo de crueldad en la comisura derecha de sus labios.

“No hizo falta… la lógica se impuso. Esa belleza de teatro no podía seguir recibiendo tanto pata en el suelo. Se acabó el tufito a jabón las llaves” -y añadió con desdén- “en el mejor de los casos…  Ahora las sillas están protegidas, no entra nadie a nuestra sala que pueda impregnarlas de esa grasa de la gente que llegaba directamente del trabajo. Ahora todo huele bien… exquisito, nada de dientes de “misión dentista”, ahora sonrisas brillantes de la gente decente y pensante”.

Me preocupó el rojo subido en la cara de mi tío, no sabía muy bien qué decir… creo que él también ha estado en la antesala de algún espectáculo de la nueva programación.

Traté de aducir, un poco para aliviar la presión de mi tío y otro poco para bajarle la carga a la tía: “Lo que pasa es que la recuperación económica exige ciertas medidas…  es momento de producir ingresos… todos sabemos el daño que ha causado el bloqueo…”

“Sí… ¡Viste, que las sanciones sí sirvieron para algo!” -dijo alegremente- “¡Por fin! ¡Eso es lo que tienen que hacer! Sigan así -dijo mí tía- …creo que la educación y la salud también pueden ayudar con eso de los ingresos” -viró los ojos hacia el cielo en gesto de hartazgo- “… sí ya sé que la cultura no les importa mucho y pueden sacrificarla ya. Para las otras cosas todavía falta”.

“No te olvides” -dijo mi tío- “que no todo son medidas. Aquí también hay pueblo”.

En contraste con el grana en los cachetes de mi tío, la blanca palidez de mi tía se acentuó, sus labios fueron borrando esa perfecta hilera de dientes impolutos, mientras se fruncían en un rictus que combinaba, magistralmente, el desprecio y el miedo. “Ya veremos”, dijo.

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