Néstor Rivero Pérez

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El 26 de marzo de 1825, murió fusilado en Santa Fe de Bogotá, el coronel venezolano Leonardo Infante, héroe de las Queseras del Medio, Pantano de Vargas y Boyacá, entre otras jornadas gloriosas de la Guerra de Independencia. Infante fue condenado en una muy cuestionada decisión por un tribunal colegiado que terminó en empate de tres a tres.

La imputación

El fusilamiento del héroe de Pantano de Vargas y Boyacá, se tomó por una votación cuestionada, bajo la acusación de que el viejo lancero, ahora inválido, había asesinado al también militar llanero Francisco Perdomo -cuyo cuerpo apareció sin vida debajo de un puente del barrio San Victorino, de Bogotá, decisión que abrió interrogantes, para las cuales aún hoy día no hay respuestas concluyentes, tanto en su aspecto procedimental, como por la dramática incidencia que tuvo en la desintegración de la Gran Colombia-. Y atendiendo a un expediente, en cuyos lapsos se agregaron de modo precipitado, actuaciones con base en testimonios de dos damas que se contradecían en sus dichos. Así la decisión fue impugnada en la alzada por Miguel Peña, presidente de la Alta Corte de la Gran Colombia. Y la firma de este -que votó en contra-, era requisito constitucional para la validación del fallo.

Risotadas del héroe

Leonardo Infante había nacido en 1795 en Chaguaramal, región de Maturín. Pasó su adolescencia entre recios peones de ganado, quienes años después  habrían de teñir con sangre enemiga sus lanzas en San Félix, Queseras del Medio, Pantano de Vargas, Boyacá, Carabobo, Bomboná y Ayacucho, entre otros campos. Infante forjó aquel temple de lealtad y arrojo que le distinguió al frente de escuadrones, defendiendo las banderas de la patria. Acostumbraba llegar a un lugar dando recias palmadas, hablando en voz alta y prorrumpiendo en risotadas, lo cual nunca fue bien visto por la conservadora población bogotana. A ello se aunaba el color de la piel del prócer, a quien llamaban “el negro Infante”.

Animadversión

A ello se aunaba la antipatía personal del vicepresidente Francisco de Paula Santander, quien nunca simpatizó con el rango de alto oficial y condecoraciones que en paseos por las céntricas calles de Bogotá ostentaba con derecho “el Negro Infante”; al prócer le faltaba una pierna. Y desde su condición de analfabeta combatió por dar patria, incluso a los hombres de bufete. Y a los pocos años de residir en la capital grancolombiana, el prócer maturinés se hizo “incómodo” para muchos vecinos. Y ese malestar llegó a oídos del vicepresidente de la Gran Colombia, Santander, quien al parecer, guardaba encono hacia Infante por alguna chanza relativa al valor personal, que este le habría proferido en algún campo de batalla.

Sentencia sin firma

Así, el presidente de la Alta Corte de Bogotá, Miguel Peña, alegó invalidez de la sentencia, sosteniendo que en tribunal colegiado de seis miembros, tres votos no hacían mayoría, y que él, en su carácter de Presidente del organismo, no podía ser compelido a firmar la decisión. No obstante la decisión de validar la sentencia sin la firma del Presidente de la Alta Corte, fue tomada. Y la sentencia fue ejecutada el 26 de marzo de 1825. Antes de ser pasado por las armas, Infante pudo decir en voz alta: “Por muertes de la guerra, por esas pagaré hoy, pero de la muerte de Perdomo, juro ante Dios que soy inocente”.

Consecuencias

Así, la primera consecuencia de la ejecución de Infante fue el regreso de Miguel Peña a Venezuela, donde tendrá rol destacado en el movimiento separatista de la Cosiata.

Sinóptico

1814

Josept Ignace Guillotin

Este día falleció en París el médico Josept Ignace Guillotin, cuyo nombre identifica el aparato de decapitación implantado durante la Revolución Francesa y que se aplicó en Francia hasta 1977. Dicho aparato de muerte se utilizó además en el Reino Unido, Italia, Alemania, Bélgica y Suecia. Las técnicas medievales de provocar la muerte dispuestas por gobernantes y tribunales, y que contemplaban el ahorcamiento, el fusilamiento, la decapitación, la hoguera y el descuartizamiento, ofrecían al condenado un sufrimiento o tortura, que concurre con el hecho mismo de quitar la vida. Y contra dichas prácticas inquisitoriales se habían rebelado doctrinarios del iluminismo jurídico como Césare Beccaría, autor del libro De los delitos y las penas, y Charles de Montesquieu (El Espíritu de las Leyes). Y ello, en el marco del pensamiento ilustrado que pregonaba reformas en los regímenes de castigo, instigó al sensibilizado Dr. Guillotin, a proponer el 10 de octubre de 1789 ante la Asamblea Nacional -de la cual era miembro-, que se construyese una máquina susceptible de producir la muerte “de forma rápida, segura e indolora, y que acabase con los errores de la decapitación tradicional realizada a mano por un verdugo, que en ocasiones aumentaba la agonía del reo, al no causar la muerte de forma inmediata“ (https://www.ecured.cu].

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