Néstor Rivero Pérez

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El 8 de julio de 1835 estalló en Caracas el complot antigubernamental conocido como Revolución de las Reformas, que depuso al presidente constitucional José María Vargas, como expresión de las grietas existentes entre dos alas de la Oligarquía Conservadora. Los “Reformistas” planteaban el retorno del fuero eclesiástico y el fuero militar.

¿Civiles vs militaristas?

La historiografía tradicional ha presentado dicho movimiento como el de un grupo de militares que aspiraban a posesionarse del poder, frente a la débil institucionalidad civil encarnada por el médico José María Vargas. Y si bien tal dinámica estuvo presente, la estructura social y económica y el tejido de alianzas de que dimanaba el poder político del país, no se vieron alterados por la Revolución de las Reformas.

Programa

La nación seguía el curso agrario pastoril, esclavista y latifundista heredado de la Colonia. Y ni el general Santiago Mariño, máxima figura de las Reformas, como tampoco el teniente Pedro Carujo, quien -entre la medianoche del 7 para el 8 de julio de 1835-, ejecutó la detención del Dr. Vargas- contemplaban en sus propuestas, como tampoco el mismo Dr. Vargas, reformas encaminadas a la abolición de la esclavitud, o nuevos regímenes de distribución de tierras, o impulso acelerado de la alfabetización y campañas sanitarias o en pro del artesanado, lo que hubiesen justificado una controversia programática en torno al poder en el seno de los sectores ilustrados. Así, la Revolución de las Reformas, tanto como la figura del Dr. Vargas, pasaron a la historia como la expresión de dos modalidades del ejercicio doméstico del poder: Civilistas vs los militaristas.

 

Contradicción

De este modo el alzamiento cuartelario del 8 de julio de 1835 constituyó el desahogo del sector de los próceres uniformados, que con el general Santiago Mariño a la cabeza, y el teniente Pedro Carujo -ambos connotados antibolivarianos de 1830-, junto a los últimos acompañantes del Libertador, Pedro Briceño Méndez, José Laurencio Silva, Perú de la Croix y, entre otros, José Tadeo Monagas, por motivaciones específicas se coaligaron en el movimiento de las Reformas, para dar al traste con el ensayo civilista de la República Conservadora. Y ello, sin diferir programáticamente en cuanto al modo de dar continuidad al orden esclavista-feudal de la República.

Páez

En todo caso, la definición de la coyuntura y por ende de la contradicción entre las facciones antagónicas de la República de Notables que sucedió a la Gran Colombia, estaba en manos de un árbitro único, el general José Antonio Páez, cuya adherencia procuraron asegurarse desde el primer momento tanto los Reformistas como el propio Presidente depuesto quien, antes de marchar escoltado a La Guaira rumbo al exilio, firmó el nombramiento del general Páez como Jefe de Operaciones del Ejército, con la encomienda de reponer el orden institucional. A su vez, los complotados de la Reforma habían proclamado al Centauro como su principal conductor, no obstante haber permanecido Páez en Maracay, al margen de los sucesos del 8 de Julio, aunque se ignora si estaba al tanto de la trama.

Vargas retorna

Manifestándose Páez por dar continuidad al orden político surgido en 1830 en torno a su prestigio, optó por la reinstalación del Presidente caído, declarándose en campaña contra los revolucionarios desde su hato de San Pablo (Apure), viendo engrosar su tropa con contingentes de voluntarios a su paso por Calabozo, Valencia, La Victoria y hasta arribar a la capital, veinte días después del estallido. Uno de sus primeros actos como general victorioso, fue la designación de una comisión encargada de viajar a Saint Thomas, donde se hallaba Vargas, a objeto de notificarle la reinstauración del sistema constitucional y solicitar que reasumiese la Presidencia de la República. Y tras varios meses de campaña liderada por Páez, la Revolución de las Reformas se vio reducida en Oriente, Puerto Cabello y Maracaibo. En estos dos últimos puntos, la porfía llegó hasta inicios de 1836. Entretanto, el país prosiguió exportando café y cuero de ganado con su mano de obra esclava y feudalizada.

 

Sinóptico

1881

Murió Cecilio Acosta

El autor del poema La Casita Blanca, precursor del modernismo y poseedor de una fina prosa, legó, cuyos escritos de lectura obligada para la comprensión del papel que toca cumplir a la educación en el progreso de los pueblos, especialmente su ensayo Cosas sabidas y por saberse. Don Cecilio había nacido el 1° de febrero de 1818 en San Diego de los Altos (Miranda). Siendo contemporáneo de Antonio Guzmán Blanco, difería de su autocratismo, y ello le acarreó el desconocimiento de sus méritos e incluso la expulsión como catedrático de Derecho en la UCV, al extremo de que por presión del Ilustre Americano, quien había sido su condiscípulo de estudios, y quien no admitía que talentos reconocidos como Acosta, le cerrasen opciones de trabajo.

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