Néstor Rivero Pérez.

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El 2 de febrero de 1709 fue rescatado del archipiélago Juan Fernández -al extremo sur del océano Pacífico-, el navegante escocés Alejandro Selkirk, quien durante cuatro años habitó solo, de modo forzoso, en dicho lugar. Su sorprendente aventura inspiró a Daniel Defoe para escribir la novela Robinson Crusoe.

Islas perdidas

Desde la antigüedad y hasta mediados del siglo XIX, a tono con los avances de la tecnología náutica, itinerarios, material de las embarcaciones y medios para impulsar el tránsito sobre las olas, hubo islas que se mantuvieron al margen de las rutas tradicionales, y cuyas playas eran desconocidas por los navegantes europeos. Caso proverbial es la posesión británica de Santa Elena en el Atlántico Sur, y cuyo punto continental más cercano es la costa de Angola (África), a 2 mil kilómetros. Su ubicación, al margen de rutas usuales, resultó conveniente para que el gobierno inglés recluyese de por vida a Napoleón Bonaparte. Las mismas características calzan a las islas Orcadas, en la Antártida, al sur de Argentina. E igualmente a la isla Juan Fernández, al sur del Pacífico y a 600 kilómetros de la costa de Chile.

Isla de Robinson

En 1703 dos navíos, el St. George y el Cinque Ports, ambos al mando del inglés William Dampier y con 120 tripulantes, zarpan con el designio de atacar galeones españoles, célebres por el oro, plata, cacao y otros productos trasladados desde Suramérica hacia Cádiz y Sevilla. Sin embargo, dos años después de su salida de Inglaterra, luego de saquear varias naves hispanas y haber cruzado el Estrecho de Magallanes, el comandante y la marinería del Cinque Ports por desavenencias internas, resuelven desembarcar a Selkirk en una deshabitada isla del Pacífico Sur que integra el archipiélago Juan Fernández. Años después dicha isla será conocida como “Isla de Robinson”, en reconocimiento al libro que noveliza la aventura de Alejandro Selkirk. La isla cuenta hoy con mil habitantes y pertenece a Chile.

Robinson Crusoe

Tras ser echado de la nave, Selkirk verá pasar cuatro años de su vida en la isla, obligándose a ingeniar iniciativas y medios para sobrevivir y confiar al acaso que alguna embarcación asomase en el horizonte para hacer señales que atrajesen su atención, posibilitándose el rescate. Y tal aconteció el 2 de febrero de 1709, cuando por las aguas cercanas a la isla, pasó el corsario inglés Wooders Rogers. En el curso de su larga permanencia en la isla, Selkirk debió ocurrir para su alimentación a la pesca de camarones y otras especies marinas, así como a la ingesta de bellota, avellanas, arvejillas y papayas, entre otros vegetales propios del lugar.

 

Historia y ficción

Entre los historiadores que han buscado asir a la verdad la célebre obra literaria de Daniel Defoe, destaca el chileno Benjamín Vicuña Mackenna. Este advierte que el título de la primera edición de Robinson Crusoe -de por sí bastante largo-, se colocaba al protagonista “en una isla inhabitada de la costa de América, cerca de la boca del gran río Orinoco, habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio, en el cual todos los hombres murieron menos él” (https://www.museovicunamacken).

Sinópticos
1897
Tratado de Washington

Este día se firmó el Tratado de Washington, mediante el cual se constituyó el tribunal arbitral que habría de decidir la controversia limítrofe entre Inglaterra y Venezuela. Aquella potencia, que venía ampliando sus posesiones coloniales en Tierra Firme suramericana, a expensas de la Guayana venezolana, aspiraba obtener del organismo arbitral la extensión que va desde el Delta del Orinoco hasta la conexión del Orinoco con la desembocadura del Caroní, según lo revelaría en 1944 Severo Mallet-Prevost, abogado estadounidense que asistía a la parte venezolana en el litigio.

Expansión imperial

Para fines del siglo XIX Inglaterra se mantenía como primera potencia mundial en lo marítimo, comercial y militar, con posesiones en Asia, África, Oceanía, Norteamérica, el Caribe y Suramérica. En esta última región, la Corona británica -que en tiempos de la Colonia obtuvo de Holanda la franja de Georgetown-, extendió sus posesiones durante el siglo XIX, mediante trapacerías jurídicas, a expensas de un territorio que en tiempos de la Colonia había pertenecido a España, y que, por principio del Uttis Posidettis Iuris, luego de la independencia, pasó a Venezuela. Además del interés del imperio británico en la desembocadura del Orinoco, para el control del río como ruta comercial que conecta los países amazónicos, el capital inglés estaba interesado en acceder a las riquezas naturales de Guayana. Para la fecha ya se extraía o se conocía del balatá, oro, diamante, hierro y otras riquezas necesarias para manufacturas y comercio deI imperio de Albión, y que este no deseaba compartir con otras potencias ni con el país, Venezuela, legítimamente poseedor de dichos territorios y riquezas naturales.

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