Néstor Rivero Pérez

[email protected]

El 9 de julio de 2004, la Comisión del Senado sobre los Servicios de Inteligencia de EE. UU., informó que “era errónea la imputación respecto a que la República de Irak, por entonces bajo el mando de Saddam Hussein, poseyese “armas de destrucción masiva… argumento que motivó la invasión de ese país” [Fuente: https://www.diainternacionalde.com].

La invasión de los Bush

En marzo de 2003, hace veinte años, una coalición patrocinada por EE. UU. con su presidente George W. Bush, hijo, en su segunda escala bélica contra países y gobiernos islámicos del Asia Central y Medio Oriente -y que había comenzado año y medio antes con la invasión a Afganistán para deponer el régimen talibán-, hizo desembarcar sus tropas en territorio iraquí, con el propósito de capturar y enjuiciar a su mandatario Saddam Husseim, bajo alegato de que poseía “armas de destrucción masiva” y que favorecía el terrorismo.

Torres Gemelas y hegemonismo

En el fondo de esta acometida armada en el Golfo y Asia Central, se encontraba el aseguramiento del liderazgo mundial de la máxima superpotencia occidental y la demostración de preponderancia de su complejo militar e industrial, en relación a aquellos países que los centros de poder y agencias de inteligencia estadounidenses, han catalogado como “enemigos”. En 2001 tal carácter se asignaba con prioridad a los grupos de Al-Qaida, y su creador Osama Bin Laden, a quienes el gobierno de Washington DC responsabilizaba por el derrumbamiento del World Trade Center o Torres Gemelas de Nueva York, así como de un ataque a la sede del Pentágono en la capital de la Unión.

Guerra contra el terrorismo

De este modo, sin aguardar certificación de los expertos, así como las investigaciones de organismos internacionales con autoridad en la materia, el presidente G. W. Bush (h), autorizó la invasión militar, que solo cesaría en su fase de grandes operaciones y control de territorio, cuando el siguiente titular de la Casa Blanca, Barak Obama, dispuso en 2011 el retiro de gruesos contingentes de fuerzas norteamericanas estacionadas en suelo iraquí. Bush hijo adelantó en el curso de su administración de ocho años, la denominada “Guerra contra el Terrorismo” la cual, con la terminación en 1990 de la Guerra Fría -luego de quedar disuelta la Unión Soviética-, se convertiría a nivel internacional, en el principal objetivo militar de EE. UU.

Dos falsos testimonios

En abono a la declaratoria del Senado estadounidense en cuanto a que resultaba errónea la acusación de que Irak y su presidente Saddam poseían armas de destrucción masiva, concurre una investigación periodística no oficial, suscrita por la cadena londinense BBC, la cual, en investigación periodística  adelantada sobre este asunto, determinó “que las mentiras de dos espías iraquíes jugaron un papel central en la decisión de Estados Unidos y el Reino Unido de comenzar la guerra de Irak para derrocar al gobierno de Saddam Hussein” [Fuente: https://www.bbc.com].

De acuerdo a dicha versión, con anterioridad a los combates de 2003, ya agencias occidentales contaban con “evidencias de inteligencia y de fuentes de alto rango -que- apuntaban a que el régimen de Hussein no poseía armas de destrucción masiva” [Ibídem].

Colin Powell se arrepiente

“El 20 de marzo de 2003 comenzó la Guerra de Irak, después que el gobierno de Estados Unidos de George W. Bush y su poderoso vicepresidente, Dick Cheney, hubieran defendido desde finales de 2001 la necesidad de hacer frente a la amenaza de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía el régimen de Sadam Hussein, a quien se vinculaba con los atentados del 11S y Al Qaeda. La culminación de ese relato se produjo el 5 de febrero de 2003, cuando el entonces secretario de Estado de EE. UU., Colin Powell, alertó al Consejo de Seguridad de la ONU de ese riesgo, para justificar el inicio de la guerra, un argumento falso del que se arrepintió poco después” [https://verifica.efe.com].

Sinóptico

 1816

Independencia de Argentina

Este día, el Congreso Constituyente de Tucumán (Argentina), aprobó la declaratoria de Independencia de las Provincias del Río de la Plata, culminando de este modo el ciclo autonomista iniciado en mayo de 1810, cuando fue depuesto el último virrey español, Baltasar Hidalgo de Cisneros. Y teniendo control sobre el territorio, las contradicciones internas de las élites patriotas del puerto de Buenos Aires y otras ciudades, habían pospuesto la declaratoria formal de independencia. De acuerdo al escritor Norberto Galazzo, el influjo del general José San Martín -por entonces en Cuyo, a centenares de kilómetros de Tucumán, y al frente de la organización del Ejército de los Andes-, fue decisivo para animar a los diputados, a que diesen concreción a la declaratoria de Independencia. El héroe de San Lorenzo instaba continuamente a sus amigos diputados, para que se diese la proclamación formal de la independencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Este contenido está protegido !!